Su cabello estaba completamente canoso, este le llegaba casi a los hombros, por ende, lo tenía amarrado en una horrenda coleta y algunos mechones rebeldes que se le pegaban a la cara, lo hacían parecer aún más demente de lo que ya estaba.
Sus ojos grises me analizaron de pies a cabeza, podía notarlo sin necesidad de acercarme, ya que estaba totalmente borracho y drogado, quizás ni siquiera sabía dónde se encontraba parado.
Llevaba una camisa blanca realmente sucia – que me permitía notar que a pesar de la avanzada edad que ya tenía, estaba con su cuerpo muy bien torneado – y a juego, un jean demasiado desgastado.
Sentí los deseos de gritar por ayuda, de salir corriendo pero ningún músculo de mi cuerpo obedecía mis órdenes, el sudor helado se aglomeraba en mi frente y mi piel se erizaba con cada gesto burlón que me dedicaba.
Arthur Jerome Wilson, mi padre, a quien no veía desde que era una niña, estaba de pie frente a mí con una navaja entre sus manos, con la cual jugueteaba sólo