Venganza, ¿completada?

Al encontrarse frente a la puerta de la habitación de su amigo, Gérard se detuvo por un momento para pensar cómo abordaría el asunto sobre la emperatriz.

«Se volverá loco si le digo que ella resultó herida durante la detención de los rebeldes en Tirón. ¡Arg! ¡Esto está totalmente mal!», pensó afligido.

Mientras decidía que debía hacer, un soldado que vigilaba la entrada se atrevió a preguntar:

—Sir Bunger, ¿va a entrar?

Esto hizo que Gérard volviera en sí y respondiera bastante alterado.

—¿Eh? Sí, tengo que hablar con el emperador antes de su traslado a la clínica.

—¡Oh! Entiendo, adelante.

En el momento en que los soldados se hicieron a un lado para cederle el paso, Gérard hizo una respiración profunda y abrió la puerta. Al entrar, sintió escalofríos al percibir el aura peligrosa de su amigo, que por un momento dudó en acercarse. Este, al notar su presencia, preguntó con frialdad:

—¿Tienes noticias de Tirón?

—Sí —respondió Gérard, aclarando la voz y acercándose lentamente al lecho.

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