Ashal sintió escalofríos cuando Gérard mencionó el tema de la muerte y, tomando del cuello a su interlocutor, dijo severamente.
—No pienso permitir que Adeline muera por mi culpa.
Gérard no se inmutó con la reacción agresiva del emperador y continuó diciendo atrevidamente.
—¿Y qué se supone que estás haciendo? Esconderla no es una buena solución y ella merece ser libre.
—¡Lo sé, pero no puedo permitir que nadie la toque! —exclamó Ashal con desesperación.
—¿Te estás escuchando? Si limitas a la emperatriz a ser un simple accesorio del imperio, le cortarás la posibilidad de escapar de la muerte. Ella ha demostrado que puede ser capaz de defenderse y es demasiado perspicaz en asuntos de estado —insistió el atenido asistente.
Tales argumentos no convencieron del todo al renuente emperador, que volvió a objetar.
—¡Tú no entiendes! Mientras más sepa, más en peligro estará.
—¡No! El que no entiende eres tú —exclamó Gérard indignado, al tiempo que se apartaba fácilmente del agarre del e