Sofía se ruborizó al comprender lo que la señora Elvira realmente le estaba preguntando y buscó la ayuda de su jefe, pero él parecía complacido con la situación.
—Eh... no, señora…, o eso creo…, yo…—respondió Sofía sin saber cómo comportarse.
—¡Excelente! Estoy en busca de una buena candidata para que mi terco hijo finalmente se asiente. ¿Te gustaría salir a cenar con él en algún momento? —dijo la señora Elvira guiñándole un ojo.
Sofía quedó atónita y miró al señor López. ¿En qué extraña situación la había metido su jefe?
—No, no, señora, yo no puedo... bueno, verá, yo no... —tartamudeaba Sofía, buscando desesperadamente que el señor López la salvara de aquel suplicio. Pero nada la preparó para lo que siguió después de su mirada de auxilio.
—No hace falta que mientas, Sofía —dijo el señor López ante la mirada de los ojos desorbitados de ella, quien no sabía qué decir—. Dile la verdad, ya la has escuchado, quiere casarme. Vamos…, dile la verdad.
—¿La, la, la verdad... señor? ¿Qué.