62. TODAS ERAN UNAS MENTIROSAS
Su jefe creía que el niño era nieto de Lucrecia, aunque si lo veía se iba a dar cuenta que era el que Mía había dicho que era su sobrino. ¡Qué lío! Quizás deba decirle la verdad, y quitarme a esa odiosa de arriba, pensaba en lo que se dirigía al apartamento de Lucrecia.
—Buenos días —saludó— tengo unos días libres me acaba de informar mi jefe. Entonces usted también, llevaré a Javier al parque, ¿desea acompañarnos? El día está muy hermoso.
—Con mucho gusto hija, no sé ni el tiempo que hace que no tomo el sol. Haremos un picnic. ¿Qué opinas? —sugirió Lucrecia. —Sé de un lugar maravilloso cerca de un lago, iremos a pasarnos todo el día. ¿Quieres?
—Claro que sí, no tenía idea de a donde ir— respondió Sofía emocionada
— Tiene un lago con cisnes y un parque de juego —siguió describiendo la señora Lucrecia emocionada. — Tomaremos un taxi, pagaré yo.
—¿Qué dice? Yo invito —dijo Sofía de inmediato.
Y sin más, organizaron todo y se dirigieron los tres felices a donde le indicó la seño