—Hora de levantarse, sweetheart. —Leo repartió besos a lo largo de la espalda de Antonella.
—¿Qué hora?
—Las ocho de la mañana.
Antonella giró la cabeza hacia él y abrió los ojos.
—Te ves muy bien.
—No me mires con esos ojos o no nos reuniremos con tu familia nunca.
—Ni idea de lo que hablas —murmuró Antonella, girándose despacio y levantándose lentamente, dejando al descubierto su torso.
Leo tenía un autocontrol admirable, pero cuando se trataba de ella, se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos. Su mirada descendió, cautivada por la visión de sus hermosos senos, y levantó una mano para acariciarlos. Inmediatamente, sintió que sus pantalones se volvían más ajustados en su entrepierna.
Un suspiro ahogado salió de los labios de Antonella, y él se acercó para capturar sus labios en un beso cargado de deseo. Con un movimiento ágil, la levantó y la sentó a horcajadas sobre él, sus manos la sujetaban con firmeza.
—Necesitas detenerte —dijo ella con la respiración entrecortada—. No quieres