Capítulo 2: La primera pista

—Señorita, buenos días.

Sienna casi rodó los ojos al escuchar a la agradable secretaria de su hermano. Grazia nunca había hecho nada para molestarla; por el contrario, siempre la recibía con una sonrisa. El problema es que no parecía sincera, ni cuando sonreía, ni al mostrar interés cuando le preguntaba sobre su vida.

—Grazia —saludó—. ¿Está mi hermano en su oficina?

—Sí, pero está en una reunión en este momento.

—¿Crees que tarde demasiado?

—El señor Volkov llegó hace poco, así que es lo más probable.

—Espera, ¿dijiste Volkov? ¿Estás en una reunión con Kassio Volkov?

—Sí. —Grazia la miró con curiosidad.

Sienna se dio la vuelta y se dirigió directo a la oficina de su hermano. A unos metros de la puerta vio a un par de hombres de traje mirando todo con desconfianza.

«Guardaespaldas».

—Señores, buenos días —saludó con una sonrisa y continuó de largo.

—Señorita, no puede entrar allí.

Se detuvo, regresó sobre sus pasos y se plantó frente al hombre que había hablado, mirándolo directo a los ojos.  

—¿Trabajas para mi hermano? —Entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. Él podía sacarle más de una cabeza, pero no se iba a dejar intimidar—. Supongo que no, porque de ser ese el caso sabrías que las puertas de su oficina nunca están cerradas para mí.

El hombre se aclaró la garganta.

—Lo siento, pero él está con nuestro jefe en este momento.

—Sí, bueno, la oficina no es de vuestro jefe. ¿O sí? —Sonrió y miró al otro hombre—. ¿Tú tienes algo que decir? Fue un gusto hablar con ustedes —continuó sin darle oportunidad a responder.

Se alejó rápidamente, abrió la puerta y la cerró tras de sí para que ninguno de los dos entrometidos le fuera con el cuento a su hermano o a Kassio.  

—Tu secretaria no estaba en su escritorio —mintió. Por el rabillo del ojo vio a Kassio sentado frente a su hermano y apenas logró contener su sorpresa. Era el estúpido que creyó era buena idea pararse en mitad de una pista. Era por eso que le había resultado conocido. Aunque no lo había conocido en persona antes, estaba casi segura que había visto alguna foto de él cuando la madre de Serena se aseguró de que las revistas anunciaran el compromiso de su hija.

Kassio le dio un rápido vistazo a la recién llegada antes de centrar su atención en Vincenzo otra vez, seguro de que él se desharía de ella. Sin embargo, volvió a mirarla al darse cuenta de que la conocía. Era aquella castaña loca que había armado un escándalo el día de su boda.

Al estar más cerca que la última vez, pudo observarla mejor. Esta vez, tenía el cabello castaño recogido en una coleta alta de la cual escapaban algunos mechones. Sus ojos eran de un verde claro que resaltaba bastante, al igual que sus labios gruesos y rosados. Sintió una extraña vibración mientras más la evaluaba y tuvo que desviar la mirada para recomponerse.

—¿Qué hacen ese par de gorilas afuera de puerta? —continuó Sienna, sin inmutarse—. Estoy segura que no son parte del… —Se detuvo a propósito y clavo su mirada en Kassio—. Oh, lo siento, no quería interrumpir. ¿Debería volver luego? —entrecerró los ojos, como quien finge evaluarlo—. Espera, yo te conozco. Tú eres al que dejaron plantado en altar —dijo, con una sonrisa.

Su comentario le ganó una mirada de desagrado por parte del hombre y eso solo la hizo sonreír aún más.

—Y tú la que ibas al volante ese día —espetó Volkov.

Sienna no había esperado que la reconociera.

—Esa misma. —Avanzó a través de la oficina y se dejó caer al lado de su hermano, notando de inmediato la marca roja en su rostro. No necesitaba que él le dijera lo que había pasado; pudo deducirlo por su cuenta. El estúpido debía de haber golpeado a su hermano. Podría haberlo abofeteado en ese mismo momento por su atrevimiento, pero tenía maneras más divertidas de vengarse.

—Sienna, este no es buen momento —dijo su hermano. Una invitación clara para que los dejara a solas. Como si alguna vez le hubiera obedecido.

—¿Cómo estás? —le preguntó a Kassio con una sonrisa engañosamente dulce—. ¿Ya te recuperaste del mal trago? Debió ser algo traumático. 

—Sienna —la regañó su hermano.

—Oh, cierto, tema delicado. ¿Y qué haces aquí? Si estuviera en tu lugar, lo último que yo querría hacer es ver a la persona que me robó al amor de mi vida —dijo con ironía sin dejar de sonreír.

Para su descontento, no obtuvo ninguna reacción de Kassio. Era como hablar con una pared sin sentimientos, e incluso eso podría ser más entretenido. Aun así, no se rindió. Abrió la boca dispuesta a seguir torturándolo, pero Kassio se le adelantó.

—Me voy —dijo él, levantándose—. He terminado aquí.

—¿Tan pronto? —preguntó con falsa tristeza—. Pero si apenas nos estábamos conociendo.

Kassio observó a la irritante mujer con recelo, era claro que estaba jugando con él. Necesitaba poner distancia o iba a perder la calma, algo que no sucedía a menudo.  

—Morelli, señorita —miró a Vincenzo—. Estaremos en contacto.

Se dio la vuelta y salió de la oficina como si alguien lo persiguiera. Sus hombres estaban de pie al otro lado de la puerta luciendo algo nerviosos.

—¿Quién le permitió el ingreso? —Pasó entre los dos hombres y siguió caminando.

—Lo siento, señor. Ella dijo que era la hermana del Señor Morelli.

«¿Así que esa era una de las hermanas de Vincenzo?» Conocía a Valentino Morelli y a su esposa. Se habían cruzado en algunos eventos. También había conocido al mayor de sus hijos en circunstancias similares, y a Vincenzo lo conoció cuando se comprometió con Serena. Sin embargo, no tenía idea de que tuvieran más hijos y menos una hija tan impertinente.

Su celular empezó a sonar cuando se subió a su coche. En el identificador leyó el nombre de su mejor amigo.

—¿Qué sucede?

—Llamaba para ver cómo fue tu reunión.

—El aceptó, aunque tuve que motivarlo un poco.

Domenico rio.

—No creí que algo como eso funcionara con él. No parece del tipo que se intimida con facilidad. Después de todo, no tuvo reparos en robarte a tu prometida.

—No lo es. Es por eso que es un buen aliado.

—¿Pese a que te robó a tu prometida?

—Imbécil. —Dio por terminada la llamada, aunque, antes de hacerlo, logró escuchar la risa de su amigo—. Si no fuera tan leal…

Domenico era la única persona en la que podía confiar. No sabía quiénes, ni cuantos de las personas que lo rodeaban trabajaban para su madrastra. Es por eso que había recurrido a Vincenzo. Decir que confiaba en él, era llegar demasiado lejos. No lo hacía, pero en ese momento parecía la mejor de sus opciones.

Todavía no sabía el papel que había jugado su madrastra en la muerte de su padre o en el testamento, pero su instinto no lo había permitido dejarlo así.

El investigador privado que había contratado para investigar a Nastia, le había entregado recientemente un extracto bancario de una cuenta privada a nombre de Nastia. A primera vista no parecía nada sospechoso. El problema radicaba en las cantidades de dinero que se habían movido en determinadas fechas, una fue muy cerca de la fecha que su padre murió.

Esos documentos, y cualquiera que fuera a conseguir en el futuro, no estaban seguros en sus manos y menos si Nastia se enteraba de su existencia. Por eso se lo había entregado a Vincenzo. Era la primera pista que tenía en un año y no podía arriesgarse a dejarse al descubierto. Nadie sospecharía del hombre que había arruinado su boda y una fusión importante.

Solo esperaba tener tiempo para descubrir la verdad antes de que Nastia lo destituyera de su cargo de CEO de Secure Line Insurance para colocar a Maxim en su lugar. Sabía que ese siempre había sido su plan, pero, por alguna extraña razón, ella aun no lo había hecho.  

—¡Hermanito! —lo saludó Maxim justo cuando las puertas del ascensor comenzaban a cerrarse y metió la mano. Era como si lo hubiera convocado con el pensamiento.

—Maxim. ¿No deberías estar en tu oficina?

—Tuve un inconveniente. ¿De dónde vienes tú? 

No se dejó engañar por su tono casual. Su hermano, al igual que su madrastra siempre parecían atentos a sus movimientos. 

—Tenía una reunión con algunos clientes. ¿Tienes listo el informe que te solicité?

Los ojos de su hermano brillaron con molestia. Él odiaba cuando le daba órdenes. Maxim creía estar por encima de cualquiera.

—Estoy en ello.

—Lo quiero para el final del día sobre mi escritorio —dijo saliendo del ascensor y dejándolo atrás.

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