—¡Olivia!
Los ojos de Sara brillaban con una furia contenida.
—¿De verdad crees que por estar embarazada vas a estar a salvo? —gritó, casi temblando de la rabia.
Sara estaba fuera de sí, dando pequeños saltos de frustración. Sin saber cómo desquitarse, apretó los puños y me lanzó una mirada llena de odio.
—¡Ese hijo no puede ser de mi hermano! ¡Es imposible que estés embarazada!
Levanté la vista hacia ella, fingiendo un gesto de dolor y desilusión.
—¡Sara! —interrumpí, dejando mi voz quebrarse como si estuviera profundamente herida—. Yo siempre te he tratado como una hermana. ¿Cómo puedes maldecir a mi hijo de esa manera?
Mi corazón latía con fuerza mientras fingía estar vulnerable y al borde de las lágrimas.
En ese momento, las grandes puertas del salón comenzaron a abrirse lentamente. El equipo organizador nos hacía señales a Sara y a mí para que subiéramos al escenario.
Pensé en lo que estaba a punto de suceder. Mi respiración se volvió errática, y sentí las lágrimas acumul