Al quinto día en la manada Nueve, mi lobo ya se había recuperado a la mitad, ya podía transformarse de nuevo.
Mientras Leo me recolectaba piedras de hielo, Vania llegó con su teléfono.
—Alejandro te está buscando por todas partes, incluso ofreciendo 5 millones de piedras lunares por información sobre tu paradero.
—¿Para qué su Luna y su hijo sigan humillándome? —resoplé—. Pues se equivoca, mi lobo se recuperará pronto.
Leo me entregó un vaso de agua glacial en silencio, y limpiando los fragmentos de hielo que había usado.
Es un alfa, pero hacía estas cosas pequeñas por mí, como si yo mereciera ser cuidada.
En cambio, mis seis años con Alejandro fueron como un robot que seguía órdenes de él.
Él odiaba cazar con ella, entonces aprendí a cazar sola.
Le gustaban casas llenas de árboles, entonces destruí mi campo de entrenamiento para plantar jardines.
Le amaba tanto, que me perdí asimismo, hasta casi me olvidé orgullosa de ser una loba.
—Leo, no tienes que hacer esto por mí