Rudolph me insistió una y otra vez que vaya donde Palacios, pero yo me oponía en forma rotunda, decidida y llorando como una adolescente aterrada. -Si Sebastián te mató y lo capturan tú te irás, desaparecerás para siempre, y yo no quiero que tú te vayas, yo te necesito, eres la alegría de mi vida, te amo mucho como para perderte nuevamente, no podría soportarlo, no, no, no-, le dije sumergida en el llanto, angustiada, con mi carita hundida en mis manos, sintiéndome desvalida y sin protección como un pollito desamparado.
-No me voy a ir, Patricia, yo me voy a quedar contigo por siempre, pero es necesario que se sepa la verdad, ese hombre es un asesino y podría seguir matando a más inocentes por su gusto de matar-, volvía a decirme él, pero yo estaba convencida que, resuelto el caso de Rudolph y al descubrir al asesino, mi marido se evaporaría y desaparecía para siempre porque entonces, tendría que cumplir con su viaje al más allá, al mundo sin retorno ¡¡¡y yo no quería que se vaya