Ethan y Ava caminaron por el pasillo del hospital, con sus pasos resonando en la quietud del lugar. El aire, frío y clínico, parecía envolverlos a medida que se acercaban a la oficina del doctor. Ava, aún aferrada a Ethan, apenas podía concentrarse en el recorrido. Su mente seguía girando en torno a lo que acababa de vivir con su madre, pero no podía evitar la sensación de que algo peor estaba por venir. La visita al médico estaba llena de una incertidumbre opresiva, como si cada paso las acercara a una verdad que temían conocer.
Cuando llegaron a la puerta de la oficina, Ethan la abrió sin vacilar, dejando que Ava pasara primero. El doctor estaba sentado tras su escritorio, revisando algunos papeles. Al notar su llegada, levantó la vista y, con una expresión seria pero amable, los saludó.
—Ah, Ava, Ethan… —dijo el doctor, levantándose al instante para recibirlos. Su tono de voz denotaba profesionalismo, pero también una compasión contenida. —Pasen, por favor. Siéntense.
Ethan hizo un