En el camino de regreso desde el aeropuerto.
Clara miraba fuera de la ventana las luces de neón dispersas y no le dijo una sola palabra a Alejandro.
El hombre sabía que su estado de ánimo estaba en su punto más bajo, así que la dejó tranquila, pero su gran mano no soltaba su fría y delicada mano.
Su mirada permanecía inmutable, observando el perfil rígido, pero aún hermoso de la pequeña mujer que lo cautivaba día a día, su corazón siempre en tensión sin encontrar alivio.
Así fue como regresaron a casa, acompañados por una atmósfera sofocante.
Justo cuando entraron en la casa, recibieron un mensaje de Víctor:
—Clara, básicamente podemos confirmar las identidades de los fallecidos en el avión. Eran Ismael y sus secuaces.
Clara cerró los ojos, apretando con rabia los labios hasta que brotaron gotas de sangre carmesí.
Alejandro, con los ojos enrojecidos y llenos de angustia al verla tan furiosa consigo misma, casi le resultaba difícil respirar.
—Cientos de colegas del departamento de inves