No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando volví en mí, escuché la voz de mi amiga Beatriz reprendiendo a Carlos.
—¿Estás loco, Carlos? ¿De verdad la obligaste a nadar? ¿No sabes que acaba de tener un aborto?
—¿Ella... tuvo un aborto? ¿Cuándo estaba embarazada? ¿Por qué no me lo dijo? —La voz de Carlos sonaba áspera, llena de un profundo arrepentimiento.
—¿Estás ciego? ¿No ves que ha estado tan débil estos días? O solo tienes ojos para esa zorra de Celia. —Beatriz estaba furiosa, y si no estuvieran en el hospital, seguramente le habría dado un par de bofetadas a Carlos.
—No lo sabía. —La voz de Carlos se debilitó.
—¿De verdad? ¿Le transferiste la casa y le compraste un coche, y no te diste cuenta de nada? ¿Quieres saber cómo tuvo el aborto? ¡Fue por tu culpa, por ser un hombre despreciable!
—Yo...
—¡Basta! Me irritas solo con mirarte. Sal de aquí
El entorno pronto volvió a la calma. Abrí lentamente los ojos. Beatriz se sentó a mi lado, preocupada, y me acarició la cabeza.
—¿Despertaste? ¿Te