Isabella soltó un grito desgarrador. El dolor en su rostro la hizo hacer una mueca mientras se llevaba la mano temblorosa a la cara.
¡Sangre!
Su palma estaba cubierta de sangre brillante y escarlata.
—Tú... tú... —tartamudeó Isabella con los ojos desorbitados y la voz distorsionada— María, ¡maldita zorra! ¿¡Cómo te atreves a arruinar mi rostro!?
—¡Ja! —Esta vez fui yo quien soltó una risa fría.
Y con otro movimiento rápido, hice un segundo corte que, junto con el primero, formó una perfecta "X".
Mi sonrisa burlona se profundizó. Le quedaba bastante bien a esta arpía.
Isabella se quedó paralizada.
Cuando finalmente reaccionó, se abalanzó sobre mí llena de furia:
—¡María, maldita! ¡Te voy a matar!
Di un paso atrás.
¡Pum!
Como su herida de la cirugía aún no sanaba, no pudo mantenerse en pie y cayó al suelo.
Me acerqué, me agaché y la agarré del cuello, presionando nuevamente el cuchillo contra su rostro.
—Isabella —me burlé— siempre te has creído superior, menospreciando a la gente común