Me casé con la chica del bar
Me casé con la chica del bar
Por: dalsantoftmartinez
1. Un encuentro algo extraño

Hay personas que dicen que estoy un poco loca porque mi pasión no es la de una chica normal, pero honestamente no creo que nunca haya sido muy normal que digamos. Cada vez que abro esta puerta soy feliz. Mi hermano y yo comenzamos esta aventura hace tres años, y que ahora sea uno de los bares más reconocidos de Miami nos llena de orgullo a pesar de los problemas económicos que tenemos a causa de algunas malas decisiones financieras que hemos tomado por no tener mucha experiencia en el mundo de los negocios. Mauro es el de los números y yo,  bueno yo soy la que disfruta detrás de la barra mientras juego con los sabores de los diferentes licores, frutas, jarabes, y demás cosas, además soy quien conoce cómo innovar este lugar siempre, digamos que somos el dúo perfecto en ese aspecto. 

Al entrar al bar, saludo a todos los empleados, que para mí son compañeros de trabajo y camino hacia mi área de trabajo detrás de la barra donde me siento como en casa cada noche. Miro el reloj una vez más y sé que en unos pocos minutos este lugar se comenzará a llenar como todo típico viernes.

—Gianna, ¿lista para otra noche más?— Pregunta Leo, el mejor barman del establecimiento.

—¡Claro!— Respondo animada. 

—Tú podrías estar tan solo mirando cómo trabajamos— Me comenta. 

—Leo, sabes que me aburriría mucho—digo entre risas—al menos que comience a recorrer el mundo nuevamente, pero por ahora no estoy en condiciones para hacerlo. — Aclaro.

—Deberías volver a eso— Sugiere, para luego sonreír. 

Hemos tratado de no decirles a los empleados acerca de los problemas que estamos enfrentando, y es que no queremos preocuparlos. Mauro y yo estamos buscando la manera de solucionarlo sin tener que hacer recortes en el personal, eso nos dolería muchísimo. —Sí, puede ser,  pero sabes que detrás de esta barra también se puede viajar. Se conoce gente de tantos sitios y con tantas historias diferentes que siento que viajo todo el tiempo.— Comento. 

—Gianna, los hombres te hablan tanto porque intentan ligar contigo— Habla burlándose de mí como lo hace siempre.

—Ya Leo,no volveremos a discutir acerca de eso— Finalizó. 

—Como desees— Dice, para luego ir en busca de las botellas que nos hacen falta al depósito.

Sigo acomodando todo cuando veo a mi hermano entrar al bar y me mira de manera extraña. Conociéndolo desaprueba mi vestimenta. Mauro, camina hacia mí lentamente y sé que me espera todo un sermón al respecto. 

—Gianna, ¿cuántas veces te he dicho que no eres una empleada más?, ¿es necesario que te vistas así?— Inquiere. 

—¿Qué tiene de malo?— Le pregunto mirando la manera que voy vestida.

—No sé si es el corsé, la falda extremadamente corta que llevas puesta, o las botas— habla serio, como si estuviera haciendo un inventario de mis ropas.

—Eres mi hermano, no mi padre... Además, trabajo en un bar, no en un monasterio, ¿de acuerdo? Tú encárgate de los números que ya hay bastante problemas con eso, yo me encargo de que todo el resto funcione bien.— Le propongo.

—Si solamente nuestros padres estuvieran aquí— me advierte,  moviendo su cabeza de un lado al otro, desaprobando. 

—Estarían felices.— Difiero.

—Vale, dejemos esta conversación hasta aquí porque no llegaremos a ningún sitio.— Se rinde. 

—Mejor— digo con una sonrisa triunfante mientras que él se da media vuelta para ir a su cueva, la cual él llama oficina.

A veces no entiendo a mi hermano. Me cuida como si fuera su hija y no su hermana, entiendo que haya querido tomar el lugar de nuestros padres después de que ellos murieran en aquel accidente, pero a veces creo que se sobrepasa. Muchas veces pienso que no entiende que ya no soy aquella niña de 17 años que debía cuidar, ya han pasado diez años de aquel día, pero él no cambia.

—¿Todo en orden?— Pregunta Leo cuando regresa con las botellas.

—Más o menos, Mauro, no entiende que ya he crecido— hablo en tono de frustración. 

—¿La ropa nuevamente?— pregunta con una media sonrisa.

—Si...— Respondo y respiro profundo. 

—Es que, con todo respeto te ves muy bien y es muy fácil que un cliente con algunas copas de más se pase de la raya contigo.

—Leo, sabes que nunca les doy lugar para que lo hagan— Expreso. 

—Lo sé, pero es normal que Mauro se preocupe— insiste, poniéndose de su lado. 

—Que seas su mejor amigo no me ayuda ¿eh?...— Digo entre risas.

—De acuerdo, tienes razón, pero sabes que lo digo porque te aprecio muchísimo.— explica. 

—Lo sé, bueno, preparémonos porque ahí llega el primer grupo de solteros buscando ligar aquí—digo observando a los hombres que han entrado con gran entusiasmo.

—Tú, siempre igual.— Comenta entre risas y de a poco el lugar comienza a llenarse de gente.

Claramente, los clientes, al estar más pendientes de cómo hacer que acepte un trago o una cita con ellos, hace que ni se den cuenta de la cantidad de tragos que llevan. Mucho menos se preocupan de la propina que dejan, lo que las chicas que sirven las mesas agradecerán esta noche. A esto yo le llamo estrategia de negocios, cosa que mi queridísimo hermano no comprende.

Es tanta la gente que hay en el bar, que Leo y yo ya no damos abasto con todos los tragos, y las botellas se han vaciado. —Leo, trae más vodka por favor,—le pido y él tan solo asiente y va en busca de las botellas.

Sigo preparando tragos hasta que veo a un grupo de personas entrar al bar de manera desesperada, es como si estuviesen buscando a alguien, pero no creo que sea a cualquier persona «¿Quizás un novio?»

—¿Me das un Sex on the Beach?— Pide un joven haciéndome volver a mi trabajo.

—Por supuesto— Respondo de inmediato. 

Me dispongo a buscar los ingredientes cuando de repente me choco con algo. Al mirar al piso me doy cuenta que no es algo, si no que alguien. 

—¿Tú? —Pregunto totalmente sorprendida al darme cuenta que no es cualquier persona si no ¡Matt Ferrer! —¿Qué haces tú detrás de mi barra?— Le pregunto sin poder entender porqué está aquí, y mucho menos cómo es que ha pasado.

Él no dice absolutamente nada, solo lleva su dedo índice a sus labios para pedirme que no diga nada, y si lo hace mirándome de la forma que lo hace, sé que no puedo negarme.



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