Viendo los papeles en blanco y negro, la mente de Diego se quedó en blanco.
Agarró el brazo del viejo mayordomo con desesperación. —¿Dónde encontraste esto? Es falso. Dime que es una broma, Elena solo está enfadada y jugando algún tipo de juego retorcido, ¿verdad?
El viejo mayordomo hizo una mueca, luchando por respirar bajo su agarre.
—Señor Morales —logró decir—, esa es la firma de la señora. Usted lo sabe... además —dudó antes de dar el golpe final—, todas sus cosas han desaparecido.
Esas palabras devolvieron a Diego a la realidad. Frente a todos sus invitados, perdió toda compostura y salió corriendo de la iglesia.
Entonces intentó llamarme, una y otra vez.
—Elena, por favor. Por favor, contesta.
—Me equivoqué, Elena. Por favor, solo dame una oportunidad para disculparme...
Pero todo lo que escuchaba era la fría voz robótica al otro lado. —El número que ha marcado se encuentra fuera de servicio.
Fue entonces cuando comprendió que mi tranquila sumisión, y mi aparente aceptación de