Luis, con dolor de cabeza, se masajeaba las sienes.
—No lo necesito.
—¡No, sí lo necesitas!
—¡Ariel, basta! ¡Ya terminamos nuestro compromiso! No me gustas, no quiero casarme contigo, no quiero verte todos los días. ¿Entiendes?
Ariel se encogió de hombros indiferente y se sentó en el sofá, cruzando