—¡Ya basta! —Lisandro, impaciente, dijo—. Olvidemos el pasado. Tienes el brazo herido, no deberías beber. Mejor vete a descansar.
Dicho esto, Lisandro salió apresuradamente del bar.
Lluvia, sin embargo, se quedó en su lugar, con una sonrisa que iluminaba su rostro, cubriendo el yeso de su brazo, mir