Lisandro, bajo la mirada esperanzada de Ximena, reprimió el impulso de matarlos y apenas consiguió pronunciar una palabra.
—Está bien.
Ximena, aliviada, se desplomó en los brazos de Lisandro.
—Vamos a casa.
—Está bien. Vamos a casa.
El grupo se subió al coche, junto con el helicóptero que estaba arr