Lisandro frunció los labios, moviéndolos ligeramente. Quería decir «la amo», pero esa palabra simplemente no salía. No era que no quisiera decirla, sino que parecía haber un hechizo en ella, infantil y ridículo, indigno de ser pronunciado. Finalmente, Lisandro solo logró decir entre dientes:
—¡Aléja