-¿Estás de acuerdo Hanna?
-...
Sí, señor Igor.
-No me llames señor, llámame Igor.
Tus hermanos me llaman así. ¿Tú por qué no lo harías?
Me miró con una ceja levantada y yo... Sentí que me derretiría.
Me encogí de hombros y tal vez me sonrojé un poco.
-Entonces, empecemos...
Colocó cuerdas al rededor de las manos de Harris y y ató cada una a las pecheras de los perros y dio la orden.
-¡Run!
Cuando desees que pare toca este silbato y ellos se detendrán.
-Está bien.
Tomé el silbato de sus manos.
Harris no gritaba, pero podía oír con claridad el crujir de sus huesos que rebotaban contra el suelo, que aunque estaba cubierto de césped debajo era rocoso.
Debía sentir dolor, pero no era ni una parte de lo que seguro le había causado a Sofía o a los demás que seguro mi padre le había ordenado lastimar.
-¿Quieres parar?
-¡Oh, si! Lo siento...
Por un momento olvidé que era yo quien daría la orden para que los perros se detuvieran.
De todas maneras no es como