Sabía que no debía dejarse arrastrar por las emociones. Había aprendido, a lo largo de los años, que el control sobre uno mismo era la única forma de sobrevivir en un mundo donde, muchas veces, las reglas las dictaban los poderosos, aquellos que ni siquiera sabían que existían otras personas por debajo de ellos. Pero esta vez era diferente. Los recuerdos, aquellos viejos recuerdos que había creído olvidados, se habían colado, se habían infiltrado, como una sombra que lo perseguía, con una fuerza renovada.
No podía dejar que esa sombra lo atrapara de nuevo.
En cuanto llegó a su habitación, cerró la puerta con un leve crujido, casi imperceptible. La habitación estaba oscura, apenas iluminada por la luz de la luna que se colaba tímidamente por la ventana. El aire estaba quieto, como si todo el mundo hubiera dejado de girar, pero dentro de él, el caos seguía creciendo, se sentía como si estuviera a punto de explotar. Y el agua fría de la ducha sería la única manera de calmarlo.
Sin pensar