꧁ ALEJANDRO꧂
Isabel es un problema. Un problema pequeño, delgado y con los ojos demasiado tercos. Me lo había repetido mil veces: era un trámite, una deuda por cobrar, un nombre escrito en un contrato que me aseguraba ventaja. Y, sin embargo, la muy testaruda encontraba la manera de quedarse en mi cabeza más tiempo del que le correspondía. No lo admití en voz alta. No necesitaba altavoces para mis errores.
Mi despacho olía a cuero y a madera encerada. La tableta abierta escupía columnas de cifras, adquisiciones, un flujo de caja que debería excitarme más que cualquier cuerpo; pero todo lo que veía se me transformaba en imágenes que mi cerebro estaba empeñado en reproducir: los dedos de Isabel crispados sobre la sábana, la mandíbula que se le tensó cuando se tragó las ganas de llorar...
Di golpecitos con el índice en el borde del cristal. Ritmo. Control. Anclaje. La disciplina siempre me había funcionado. Pero esa noche no.
Cerré la tableta. La volví a abrir. Y de nuevo la cerré. No ca