Capítulo 115

Sentía el peso del duelo de Valentina sobre sus espaldas. Sentía el reproche en cada silencio de ella. Y aunque a veces deseaba marcharse a buscar a Isabel con sus propias manos, apenas pensarlo lo hacía sentir peor. Dejar sola a Valentina sería confirmarle lo que ella creía: que su dolor le era indiferente.

Y no podía cargar con un pecado más.

Por eso se quedaba.

Por culpa.

Por remordimiento.

Por lástima quizá.

Una tarde cualquiera, cuando la casa estaba tranquila y el sol se filtraba naranja por la ventana del pasillo, Alejandro se decidió a acercarse a la habitación. Se asomó sin entrar del todo. Valentina estaba recostada, mirando la televisión sin realmente verla, con una manta sobre las piernas y el cabello recogido a medias.

Ella sintió su presencia antes de que él hablara. Giró la cabeza y lo observó con esa expresión dura que últimamente llevaba como segunda piel.

—¿Qué quieres? —preguntó sin emoción, como si respirarle cerca la molestara.

—Solo vine a ver cómo estás —respond
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