LeonardMiraba desganado a los demás. Mi madre como siempre, tratando de llamar la atención. A su alrededor, varios hombres y mujeres de la alta sociedad sonreían, satisfechos, mientras la mesa rebosaba de buena comida Gourmeth vinos de los más caro. Su esposo, ese hombre que había ocupado el lugar de mi padre, saludaba como si fuera un gran señor, como si de verdad perteneciera a ese círculo de élite.Yo, en cambio, los miraba con molestia. Consulté mi reloj; el aburrimiento me carcomía. Ya quería que todo terminara. Me repugnaba estar entre tantas falsedades, entre sonrisas plásticas y palabras vacías.Se hacercaron varios hombres, sonrientes, y me rodearon como si fuera un trofeo.—Aquí está el distinguido señor Blackwell —dijo uno de ellos, tendiéndome la mano—. Es un honor verlo en esta cena familiar.—Muchas gracias —respondí con frialdad, estrechando su mano apenas.—Su madre es una mujer muy distinguida y refinada —añadió el señor George —. Nos ha invitado a este evento con l
AnalisseSuelto un suspiro pesado. Realmente no se me ha bajado el período, y eso solo puede significar una cosa. No he tenido ningún malestar, tampoco, lo que me confunde aún más. No sé cómo es tener un bebé, no sé cómo debería sentirme, lo que debo hacer es la prueba de embarazo, por otro lado me he sentido demasiado aburrida estos días. No he encontrado un buen trabajo, y para colmo, no podria trabajar, ya que el tirano de señor Leonardo, me pidio que me cuidara cuando me embarazara. Aque quiera, no podré. El mismo, le dio orden a la empleada para que me vigilara de cerca. Qué absurdo. Hace como una semana me mandó un mensaje preguntándome “¿Qué ha pasado?”... y yo solo respondí “nada”. Pero ya ha pasado más de un mes. Y ahora, viendo que no me ha llegado el período, todo parece encajar: probablemente esté embarazada.Suelto otro suspiro, esta vez más resignado, y decido entrar a la farmacia. Compro dos pruebas de embarazo, no quiero confiar en solo una. Luego me dirijo al super me
Leonard.Estaba a punto de salir disparado de mi despacho, pero me encontraba en el baño privado, inclinado sobre el lavamanos, vomitando hasta el último bocado del almuerzo. Una semana así, una maldita semana sintiéndome de la peor forma, y ni siquiera puedo trabajar en paz. ¿Cómo demonios era posible que yo, Leonard Blackwell tuviera síntomas de achaques?Hasta había ido al médico, ese imbécil no me encontró nada anormal. Y ahora, aunque me cueste admitirlo, creo que la ginecóloga López tenía razón: todo el malestar del embarazo de Analisse... tendría que soportarlo yo. ¡Absurdo! Patético. Inaceptable.Me enjuagué la boca con enjuague bucal, pasé un pañuelo fino por mi rostro sudoroso, y salí del baño. Pero al salir, me quedé de piedra.Allí estaba ella. Mi madre. De pie, rebuscando descaradamente entre mis papeles en el escritorio.—¿Qué demonios haces aquí? ¿Ahora tampoco puedo entrar a mi baño en paz? ¿Quién te dio permiso de entrar a mi oficina? —escupí las palabras, molesto.El
AnalisseHabían pasado más de tres meses desde que descubrí que estaba embarazada y ya mi vientre se notaba con claridad. Era extraño cómo algo tan pequeño podía ocupar tanto espacio en mi cuerpo… y en mi vida. A veces, en medio del silencio, sentía como si me hablara, como si me pidiera explicaciones por lo que estaba por venir. Pero yo no tenía respuestas. Ni para el bebé, ni para mí.Recuerdo perfectamente el día en que mamá se enteró. Su rostro se endureció, su voz se alzó, y sus palabras me atravesaron como cuchillos.—¡Eres una pecadora! —me gritó—. Y si entregas ese bebé, más aún.Le había explicado mi decisión una y otra vez, sin éxito. No era por gusto. Era por necesidad. Por ella. Por nosotras. Pero a sus ojos, nada justificaba haberme vendido como madre de alquiler.Intento no pensar. Me pongo un vestido floreado, un cárdigan suave y mis botines negros preferidos. Me maquillo ligeramente, ocultando el cansancio de tantas noches sin dormir. Hoy tengo cita con la ginecóloga.
Leonard.Vi los papeles sobre mi escritorio. No estaban allí por casualidad. Eran gruesos, con firmas y sellos, como si cada uno pesara una tonelada. Mi madre los había dejado y ahí estaba ella, parada frente a mí, sonriendo de lado con esa maldita expresión de satisfacción que siempre usa cuando sabe que tiene algo entre manos. Algo que me involucra. Algo que no voy a querer aceptar.—¿Qué es esto? —le pregunté sin siquiera alzar la vista del papel.—Tienes que casarte —dijo con frialdad.—¿Casarme? ¿Qué demonios tengo yo que ver con casarme?—Ahí está todo —respondió, señalando los documentos con la barbilla en alto—. Son los papeles de tu padre y de tu abuelo. Nunca quise enseñártelos, pero ahora tengo el valor de hacerlo. Tienes que casarte… y con la mujer que vas a embarazar.Me reí. No fue una risa de burla, fue una risa histérica, incrédula. Esa clase de carcajada que nace cuando no sabes si estás a punto de enloquecer o de golpear algo.—No te estoy entendiendo, ni de coña, ma
Analisse El dolor era tan intenso que por momentos sentía que iba a desmayarme. La doctora me miró con atención mientras preparaba una inyección. Yo solo rezaba en silencio para que no fuera nada grave.—¿Cuántos meses de embarazo tienes? —me preguntó mientras me desinfectaba el brazo.—Cuatro meses —respondí apenas en un hilo de voz.—Necesito que te recuestes ahora mismo. Voy a revisar tu cuello uterino —me indicó con firmeza.Obedecí sin decir palabra alguna y acostándome lentamente en la camilla. Mi madre, preocupada, se acercó un paso.—Señora, ¿puede salir un momento, por favor?—¡Pero quiero saber cómo está mi hija! —vociferó mi madre, incapaz de disimular su angustia.—Le avisaré en cuanto termine de revisarla —contestó la doctora con cortesía pero firmeza.Apenas mamá salió, la doctora procedió sin demora.—Esto dolerá un poco —advirtió mientras tomaba el ecógrafo vaginal.Y sí, dolió. Sentí un ardor profundo mientras introducía el aparato. Tuve que respirar hondo, como me
LeonardLa rabia me estaba consumiendo. ¿Cómo era posible que esta mujer no se estuviera cuidando? ¿Qué pretendía exactamente? ¿Es que acaso pensaba abortar? No tiene ni idea de lo que firmó. Si rompe el contrato, tendrá que pagarme cada centavo estipulado: los 3,000 millones, la casa, los gastos médicos, todo lo que he invertido en ella. No creo que sea tan estúpida como para intentar algo así, pero aún así… últimamente ha estado rara, distante, apagada. Me molesta su actitud. Me molesta su forma de caminar. Me molesta su mirada ausente. Me molesta… todo.Y ahora tengo que tenerla, en mi mansión, todos los días. Es lo peor de todo esto. Tener tan cerca a una mujer por la que no siento nada. Ni gusto, ni deseo, ni sentimientos. Nada. Mi plan era verla solo al final del embarazo, cuando estuviera a punto de parir. Y ahora la tengo sentada a mi lado en el auto. La miro de reojo y su mente claramente está en otro lugar. Se ve más delgada que antes. A pesar de ser hermosa, su cuerpo ha pe
Leonard Escuchaba a mi madre con la misma atención que se le presta a un zumbido molesto. Su voz reverberaba en el salón con esa autoridad fingida que tanto detesto. Decía que para heredar la fortuna de mi padre y abuelos debía cumplir dos requisitos: tener un heredero y conseguir una esposa. Absurdo. Una farsa patética digna de una telenovela barata.Me puse de pie, ajusté mi saco Armani con elegancia medida y miré a cada uno de los presentes con frialdad: a mi madre, a sus inútiles hermanos, y al estúpido nuevo esposo que se atrevía a ocupar el lugar de mi padre.—¿Y por qué demonios me estás dando hasta ahora el dictamen del testamento? —repliqué, mordaz, sin molestia de disimular mi desdén.Mi madre, tan arrogante como siempre, se acercó y dejó los papeles sobre mi escritorio sin parpadear.—Cumples con lo estipulado… o ya sabes qué hacer, querido hijo. Tu hermano se hará cargo si decides no cumplir. Lamento informarte que no pienso dejar lo que es mío en manos de nadie más. Tu p