DEMONIOS IMPLACABLES

“...Se habla de que la niña no murió, sino que volvió a la vida sin un nombre, solo bajo la protección de un demonio más poderoso que el anterior, cuya identidad nadie conoce...”

Contuve el aliento, mirando esos ojos negros, amenazadores, cruelmente serios. La historia era parcialmente real; un demonio poderoso había matado al primero, rescatando a la niña, y le había dado una vida. 

Pero ¿acaso ese demonio la había seguido por medio país? ¿Con que fin se presentaba frente a ella? 

—¿Dulce? —la voz de Gustave se oyó lejana, en lo profundo de un túnel. Y yo no reaccioné—. ¿Qué ocurre, Dulce? 

Pero, después de rescatarla en la historia. ¿Qué pasó con ella? 

“...Se dice que ella fue rescatada del infierno por ese demonio, y que él no la devoró, pues quedó cautivado por su helada mirada oscura, salpicada de brillantes estrellas azules...”

Sí, él había quedado cautivado por ella; por sus ojos y carácter. Pero la historia se equivocaba en una importante parte: el demonio sí la había devorado, la había llevado consigo y la devoró por completo... Hasta que ella se enamoró de él y estuvo dispuesta a olvidarse de todo, incluido su nombre. 

—¡Vaya, Madame Campbell! —exclamó nuestro anfitrión, acercándose sonriendo al vernos uno frente al otro. 

Se colocó al lado de su invitado y nos presentó, mientras tanto, él y yo nos miramos como se mirarían un vivo y un muerto. Un año lejos, en ese momento se sintió como nada. Mi corazón se agitó en su presencia, igual que antes, igual que siempre.

Nada había cambiado, un año no había sido suficiente para olvidarnos.

—Le presento a un buen amigo mío, el señor Rafael Riva. Ha apoyado mi carrera política por años, es un distinguido caballero dueño de una famosa cadena de burdeles en el país. 

Aunque no lo dije, todo eso yo ya lo sabía bien, mejor que nadie, pues yo había estado en esos burdeles multitud de veces. Había tomado su mano en esos eróticos lugares, caminado a su lado, descrito su cuerpo con mis dedos.

Aunque, ¿por qué ese hombre se presentaba ahora frente a mí después de casi un largo año? Él no vivía en Londres, sino en una provincia. 

—Señor Riva, esta hermosa dama es Madame Campbell. Seguro sabe de ella, ha estado en todos los periódicos por meses, debido a la grave falta que cometió su padre contra ella.

Mis labios se abrieron, y pude sentir el color teñir mis mejillas conforme nuestro anfitrión narraba mi vida.

—Es una señorita distinguida, una heredera millonaria. Recientemente volvió del extranjero, luego de casi un año viajando por el mundo. Como ve, es muy hermosa.

El señor Riva permaneció un momento en silencio, mirándome con estupor. Pero luego se aclaró la garganta y respondió estrechando la mirada, al tiempo que estiraba una mano en mi dirección. Se recuperó por completo de la impresión. 

—Así que una heredera millonaria... —había ironía en su frio tono, aunque también un leve rastro de sorpresa—. Qué interesante. 

Mientras yo miraba su palma abierta y vacilaba sobre estrecharla, recordé el final de la historia: 

“... Se cuenta que la niña volvió de la muerte y arruinó a su padre, para después vivir feliz al lado de su protector, el despiadado demonio misterioso que le dio una identidad...”

Escondí una irónica y dolida sonrisa. Él sí la había protegido, se había enamorado de ella, incluso se habían casado.... Aunque, el resto de la historia había sido diferente, muy diferente. Muy doloroso para ambos. 

Apreté las manos bajo los guantes de seda y forcé una cordial sonrisa. Seguí su juego y fingí conocerlo por primera vez. 

—Es un gran placer, señor —tomó las puntas de mis dedos entre los suyos con suma elegancia, mirándome con una arrebatadora intensidad. 

—El placer es absolutamente mío, Madame.

“... En la verdadera historia sobre la niña y su demonio protector, esa misma noche después de casarse, él supo quién era ella tras su cuidadosa mascara de mujer sin hogar, y la odió por ser hija de otro demonio...”

Inmediatamente retiré mi mano de la suya y él hizo lo mismo. Pero seguimos mirándonos, escudriñándonos, recordándonos... Bajo su mirada, recordé todos mis sentimientos por él, cada uno más intenso que el anterior.

Al menos, hasta que Gustave intervino. 

—Por supuesto, usted es el dueño y Fundador de los exclusivos burdeles Odisea. Muy famosos en el país. 

Ambos lo miramos. Gustave se sonrojó un poco al sentir los serios ojos de ese hombre sobre él. 

—Discúlpeme, señor, no me presenté correctamente. Soy Gustave Martin. 

Sin responderle, los ojos negros del señor Riva se desplazaron hasta mi mano, sujeta con fuerza al brazo de Gustave. 

—Supongo que viene acompañado a la... señorita Campbell, señor Martin. 

Gustave sonrió, pero yo me puse roja. 

—Si, acabó de llegar de Francia esta mañana. Espero acompañar a la señorita Campbell un tiempo, si ella me lo permite. 

Me miró y el señor Riva hizo lo mismo. Arqueó ligeramente una espesa ceja negra, como preguntándome si yo estaba de acuerdo con Gustave. Tuve que apartar la mirada, ruborizándome como antes. No, no lo había olvidado en absoluto.

Entonces, para mi suerte, nuestro anfitrión intervino y nos invitó a pasar al salón, donde nos esperaba un concierto en vivo. Yo tomé a Gustave de la mano y tiré de él lejos del señor Riva. Nos alejamos lo más posible de él, hasta que estuvimos al otro lado del salón. 

Cuando estuvimos a salvo de sus miradas, tomé asiento y me llevé una mano al pecho. Mi corazón latía frenético, casi indomable. Aun no entendía qué hacía él allí, ¿por qué estaba a pocos metros de mí, en la misma fiesta que yo? 

—Parece un hombre peligroso y exigente —comentó Gustave, observando como el señor Riva se sentaba junto a nuestro anfitrión frente al escenario—. Pero es claro que goza de una prestigiosa posición social. 

No respondí a su comentario, solo mantuve la mirada al frente, observando como en el escenario una orquesta tomaba su lugar y comenzaba a tocar de forma magistral. Durante todo el concierto, mi corazón no dejó de latir aceleradamente, amenazando con destrozarme el pecho y escapar. 

Apenas soporté pasar una hora completa allí, sintiendo sus ocasionales miradas caer sobre mí, llamándome en silencio. Por eso, cuando el concierto terminó, yo me levanté inmediatamente y salí del salón antes que nadie. Crucé los largos pasillos en dirección a la puerta principal, ansiosa por irme de allí. 

Pero cuando estaba por cruzar la puerta, alguien tomó mi mano y me detuvo. Al girarme, vi que se trataba de Gustave. 

—Dulce, ¿qué pasa? —inquirió preocupado, sujetando mi muñeca—. Luces pálida y nerviosa. ¿Ocurrió algo que yo deba saber? 

A sus espaldas, los otros invitados comenzaron a abandonar el salón de conciertos; entre ellos, un hombre alto y apuesto, que destacaba entre el resto.  

Zafé mi mano del agarre de Gustave, pero traté de sonreír para no alarmarlo. 

—Solo... necesito respirar un poco. Saldré afuera a tomar aire. 

Él frunció el ceño, dándose cuenta de que algo no andaba bien. Pero, agradecí cuando no insistió en ir conmigo. Me dio el espacio que necesitaba. 

—Comprendo. Te estaré esperando —dijo quitándose su abrigo y abrigándome con él—. No te alejes demasiado. 

Asentí y salí de la mansión sin perder un segundo. Apresuradamente me dirigí hacía mi chofer, que esperaba junto al automóvil. 

—Señorita... 

Antes de que el chico me pudiera abrir la puerta, yo tomé la manija y tiré de ella hasta que logré abrir la puerta. Estaba ansiosa por dejar ese lugar y volver a casa.

—Por favor, llévame... 

De repente, una mano mucho más grande que la mía se interpuso. Me obligó a soltar la manija y retroceder dos pasos. Cerró la puerta del coche con un sonoro golpe. 

—Después de casi un año sin saber de ti, ¿solo huyes de nuevo? Qué descortés eres, cariño. 

Alcé la mirada con creciente temor, hasta que me topé con sus ojos. Ver de nuevo ese rostro, hizo que tragará saliva y me paralizará. Un demonio como él, no estaba para ser mi protector, sino una condena. ¿Cuándo terminaría esa m*****a historia?

Sin dejar de observarme, se dirigió a mi chofer. 

—Déjame a solas con la señorita. 

El chico me miró, preocupado. Dándose cuenta de la tensión que había entre ese desconocido y yo. Aun así, asentí y el chico se marchó. Apenas desapareció, el señor Riva se alejó del coche y me sujetó el rostro entre sus manos, cubiertas por finos guantes negros de piel. 

Me estudió de pies a cabeza, como si yo fuese una pieza en exhibición extremadamente rara. Tragó saliva con fuerza, mirándome a detalle. 

—Realmente eres tú, Dulce —musitó, sonando ansioso y emotivo. 

Rozó mis labios con un dedo, censurándose de que fuese real. Mientras él me tocaba, yo solo podía verlo, muda y cada vez más sentimental. 

—Un año sin saber de ti, ni una carta, ningún mensaje... Nada sobre dónde estabas... 

Parpadeé con un nudo en la garganta. Y sentí un sutil cosquilleo en las yemas de los dedos. Yo también estaba ansiosa por tocar su rostro, por probar que de nuevo estaba frente a mí. 

—Rafael, nosotros no... No funcionó. 

Arqueó una ceja, y vi como el sentimentalismo se trasformaba en resentimiento. 

—¿No funcionó? ¿Por qué? Dímelo.

Su pulgar presionó mi labio inferior, mientras sus ojos abrasaban los míos. 

—Siendo sincero, no esperaba encontrarte aquí, querida mía —añadió poco después, y algo peligroso refulgió en el oscuro abismo de sus negros ojos.  

Sus dedos se tensaron en mis labios, al igual que su mandíbula. Incluso la expresión de su rostro cambió dramáticamente. 

—A decir verdad, no esperaba verte más, no después de la forma en que te fuiste esa noche, dejándome atrás.  

Apreté los labios, sosteniéndole la mirada. 

—En nuestra noche de bodas, saliste huyendo —sus manos dejaron mi rostro, y dio un asertivo paso atrás—. Desapareciste casi por un año completo. Te desvaneciste como un fantasma, hasta esta noche, donde inesperadamente te vuelvo a ver. 

Me llevé una mano al frente de mi vestido, a mi plano estómago. Con solo mirarme, ¿podría adivinar mi secreto? ¿Podria darse cuenta que acababa de ser madre? ¿Qué teniamos un hijo?

—Me fui porque... yo no era lo que usted esperaba —dije, notando despertar ese dolor que sentí durante nuestra noche de bodas—. Y me lo dejó muy en claro esa noche: yo no era quién usted pensaba, y saber la verdad le decepcionó. Por no decir que me despreció. 

Mis palabras le hicieron entrecerrar la mirada. Entonces al fin se percató del abrigo de Gustave sobre mis hombros. Soltó una agría risita. 

—“Gustave Martin” ¿Puedo saber quién es él y de donde ha salido? Mejor dicho, dime qué hace contigo —exigió mirándome a los ojos con una helada precisión.

Retrocedí otro paso, solo por precaución. 

—A usted ya no debe importarle con quién me relaciono, ya no somos nada. Usted y yo no... 

Antes de poder terminar mi frase, él vino hacía mí y me arrancó el abrigo de Gustave de los hombros. Lo arrojó al suelo, con el rostro a un palmo del mío. 

Jadeé por lo bajo, sorprendida. 

—Dulce Campbell, me parece que has cometido un error grave al presentarte como una señorita, una dama soltera. ¿O ha sido intencional?  

Tomó una de mis manos y la sujetó de la muñeca con fuerza, manteniéndome muy cerca de él. 

—Debo recordarte que tú ya eres una mujer casada. No eres soltera como todos estos idiotas creen. Tú eres mi esposa.

Intenté liberar mi muñeca de su agarre, pero eso solo lo hizo sujetarme con mayor firmeza. Durante un año, creé escenarios imaginarios donde nos encontrabamos y teniamos esa misma conversación, pero nunca pensé que se harían realidad. Nunca pensé que sujetar mi mano, reavivará con fuerza nuestro pasado y cada emoción en él. Era claro que, entre tanto resentimiento, aun nos amabamos.

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