MAMÁ, ¿LOS PAPÁS EXISTEN?
MAMÁ, ¿LOS PAPÁS EXISTEN?
Por: Alejandra García
PREFACIO

Mucho se habla de esperar el momento perfecto para que ciertas cosas sucedan, mucho se habla de la intención de esperar por aquel momento cuando la realidad es; ¿por qué no hacer nosotros el momento perfecto? 

Eso era justamente lo que le estaba pasando a Victoria, la señora Victoria, la esposa del gran CEO de la compañía de la familia Bracamontes, el mismo que lo acababa de heredar todo. 

Siempre esperando el mejor momento para ir, siempre queriendo que fuera la ilusión más grande para que al final, tomara su bolso cualquier día de la semana y fuera hasta ese lugar donde sus dudas estaban siendo despejadas en ese momento. 

— ¿Está seguro de eso, doctor? —preguntó la señora, esposa de Gonzalo Bracamontes.

El doctor sonrió al ver la felicidad impresa en el rostro de su paciente. Tres años se habían ido para que finalmente pudiera recibir aquella respuesta por la que había esperado tanto tiempo. 

—No podría estar más seguro, señora de Bracamontes. 

Una lágrima de felicidad nació desde el fondo de ella. Tres años esperando por aquella noticia, ni siquiera podía imaginar cómo recibiría la noticia su esposo. 

—Usted está embarazada y de eso no hay más dudas, señora, los estudios no mienten. 

— ¡No lo puedo creer, doctor, ¿sabe cuánto tiempo he esperado por este momento?!

—Felicidades, señora, usted va a ser mamá por primera vez. 

Sin poder contener la felicidad que estaba sintiendo en el fondo de su corazón, la señora Victoria corrió al doctor y lo abrazó como pocas veces abraza a alguien. Su sueño se había hecho realidad. 

— ¡Muchas gracias, doctor, muchas gracias, no sabe la felicidad que ha traído a mí después de tanto tiempo de intentarlo! 

—Le dije que ninguno de los tratamientos sería sencillo y aun así, lo hemos logrado. 

—No puedo imaginar la cara de mi esposo cuando se lo diga, después de tres años, nuestro sueño se hace realidad —dijo Victoria tomando los papeles del escritorio del doctor y su bolsa para después, volver a agradecer como solo ella lo haría en ese momento. — ¡Muchas gracias, doctor, no hay manera en que le pueda pagar esta felicidad que estoy sintiendo! 

Y sin decir nada más, la señora de Bracamontes salió del consultorio del doctor dispuesta a correr a los brazos de su esposo y darle la buena nueva. 

Bastó salir del hospital en el muchas veces había entrado para darse cuenta que no había día en su vida tan hermoso como aquel que se pintaba frente a ella. Todo parecía ser diferente, el cálido viento acariciando su rostro, las personas sonriendo que parecían compartir su felicidad, los pájarillos volando de un lugar a otro, tantos tratamientos, tantas idas a ese hospital, tantas lágrimas derramadas y al final, todo eso había valido la pena, ella estaba embarazada, un hijo estaba esperando de la familia Bracamontes y ahora, un heredero llevaba en su vientre porque sabía que Dios sería generosa con ella y le daría un hijo varón, justo lo que la familia y lo que Gonzalo Bracamontes hubiera querido para permitir la prolongación de la familia. 

Las lágrimas de alegría caían de sus ojos, y de esa manera tomó camino hacia donde su esposo debía de estar esperando por ella. 

¿Cuán caro se pagaba el dolor de la traición? ¿Cuánto tiempo hasta que el karma llegara? Pero sobre todo, ¿por cuánto más esa mentira iba a seguir oculta? 

Riendo mientras juntaban sus manos de manera estúpida  pasaban el tiempo. 

— ¡Te lo dije, mi mano es mucho más pequeña que la tuya! —Dijo la mujer de cabello negro mientras con su mano izquierda, sostenía la sábana blanca que cubría su cuerpo desnudo. 

Gonzalo rió sin dejar de juguetear con ella. 

—Era de esperarse, una mujer delicada como tú debe tener las manos pequeñas, muy pequeñas —dijo Gonzalo mientras volvía a acercarse a ella queriendo besarla tanto como deseara. 

—Gonzalo, espera, tu esposa está por llegar —se quejó la mujer. —Espera, ya, ha sido mucho tiempo, sé que ella va a llegar en cualquier momento —continuó diciendo la mujer al mismo tiempo que no paraba de reír debido a la manera en que él estaba jugando con ella entre las sábanas blancas de la misma cama con la que había compartido con su esposa por más de tres años.

¿Cómo entender el afán de las personas por llegar a dañar eso que más se quiere en un principio? A la misma persona a las que se le jura amor eterno, ¿cómo llegar a entender y sobre todo, ¿cómo llegar a disculpar el daño?

— ¡Gonzalo, ya, basta, es suficiente!

—Solo un minuto más, te juro que te voy a dejar ir después de esto. Lo prometo, Rosario. —Dijo el hombre mientras besaba el cuello de la mujer que tenía entre sus brazos y que era la misma que había tenido en ese lugar, de la misma manera por más de seis meses.

Rosario, ese nombre siempre iba a resonar en alguien más, en alguien que había encontrado una amiga en ella.

Sintiendo volar, sintiendo que la vida comenzaba en ese mismo momento en que a ella le habían dado una de las mejores noticias, una noticia que sabía que iba a cambiar la vida de todos los que estuvieron rezando, deseando y pidiéndole a las estrellas aquel mismo deseo que ella pedía cada noche, Victoria se mantenía corriendo de un lugar a otro, queriendo llegar de esa manera a su casa, no estaba en sus intenciones llamarle al chofer de su esposo cuando quería gritarle a todo el mundo que iba ser madre, la mejor madre que haya existido en la tierra. Una lección aprendida.

Nunca iba a olvidar las incontables veces que había ido al hospital solo para tener llevar a casa la esperanza de que algún día ese momento iba a llegar. Tratamiento tras tratamiento, esperanza tras esperanza que al final, no resultaban ser más que esperanzas rotas. Ahora ella tenía la certeza de lo que siempre deseo. Iba a ser madre y era lo que más le importaba en ese momento, saber que el mundo podía disfrutar con ella de esa gran noticia. No podía imaginar la cara de su esposo al que ella le dijera que iban a ser padres después de tanto tiempo. Un tiempo en el que él ya se había cansado de que su esposa no pudiera tener hijos, finalmente las discusiones entre ellos estaban a punto de terminar, en el vientre de Victoria ya vivía aquel que iba a ser heredero de todo eso que poseía Gonzalo.

Finalmente iban a ser capaces de vivir una vida feliz. Una nueva vida ya se podía ver lejanamente, una nueva vida estaba esperando por ellos.

No podía imaginar la felicidad de su esposo, de los padres de su esposo, la madre de la misma Victoria y el padrastro de ella pero más que todos ellos, la felicidad de su querida amiga, la misma que había sido como una hermana para ella. Su nombre era Rosario, la linda Rosario que nunca la había dejado sola pasara lo que pasara.

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