CAPÍTULO 3. Una trampa

CAPÍTULO 3. Una trampa

Lynett sentía que el corazón se le saldría del pecho mientras veía el rostro impávido de aquel magnate. Sabía muy bien que estaba valorando si debía darle o no la oportunidad de hablar.

—Muy bien —declaró Elijah como una sentencia—. ¿Conoces el hotel Pioggi? —La vio asentir un poco temblorosa—. Tiene un restaurante en el piso cuarenta y uno. Solo es para socios. Suelo usarlo cuando quiero negociar contratos importantes y evitar el espionaje corporativo. Te espero ahí hoy a las nueve de la noche.

Un segundo después tomaba su maletín ejecutivo y sin decir otra palabra dejaba a aquella chica aterrada y llena de dolor en la oficina llena de recuerdos de su padre.

Recoger sus cosas en pequeñas cajas y sacarlas de allí fue una tortura para ella, pero alistarse para ir a encontrarse con aquel hombre lo fue aun más. Tuvo que hacer un esfuerzo para no alertar a su madre, así que con lágrimas de impotencia tuvo que tragarse su comida y su fingida preocupación por ella. Todo para poder escaparse por una de las puertas traseras a las ocho y media.

Mientras, Elijah seguía pensando que todo podía ser una trampa, pero como decía el adagio: ten a los amigos cerca, y a los enemigos aún más cerca. Y no podía darse el lujo de dejar a la suerte más de doscientos millones de dólares en inversión.

Así que a las nueve de la noche atravesaba las puertas de aquel restaurante, y al llegar al reservado sintió la rabia invadirlo por completo. Frente a él estaba una chica relajada y risueña, nada que ver con la triste y angustiada que había visto en la mañana.

—¡Señor Vanderwood! Qué bueno que vino… —susurró la chica con un jadeo suave y sensual, recostándose contra él—. Necesito decirle algo importante… de trabajo… pero no lo recuerdo…

Elijah frunció el ceño al verla reírse de aquella manera, como si no acabara de enterrar a su padre hacía menos de un día.

—Creo que tiene que sacarme de aquí… creo que hay… demasiado calor…

Elijah sostuvo con fuerza aquella mano que intentaba bajarse el vestido sobre los pechos, pero antes de que pudiera hacer un gesto brusco para apartarla, sus ojos tropezaron con las pupilas dilatadas de la muchacha y le sujetó la cara con una mano.

—¡Tiene que ser una puñetera broma! ¡¿Estás drogada?! —siseó con fiereza y aspiró su aliento, dándose cuenta de que no había ni una gota de alcohol en él—. ¡Lynett! ¡Oye!

Pero era evidente que la chica estaba a punto de restregársele encima y Elijah lanzó una maldición antes de llamar a un camarero.

—Puerta trasera. Mi novia no se siente bien. Ahora —fueron sus únicas órdenes.

En contados segundos la levantaba en brazos y la sacaba del restaurante con la mayor discreción.

—¡Justo lo que me faltaba! —gruñó presionándola con su cuerpo contra una de las paredes del ascensor y rebuscando en su cartera para encontrar su identificación y la dirección de su casa.

Sin embargo lo que encontró fue algo muy diferente: la llave magnética de una habitación del mismo hotel en el que estaban. Su instinto se llenó de alarmas, pero su ego y su rabia eran más fuertes.

Se la echó al hombro como un saco de patatas y la sintió tocarle el trasero con descaro.

—¡Oye, manos quietas! ¡Esto todavía no se pone bueno! —le gruñó caminando por el pasillo y abriendo la puerta de aquella habitación con la llave que había encontrado en su bolso.

“Preparado”. Esa era la palabra correcta. El ambiente en aquella habitación había sido preparado hasta el más mínimo detalle para una noche de sexo desenfrenado.

—¡¿Esta era la idea?! ¡¿Seducirme?! ¡¿En serio?! —gruñó sosteniéndola contra su cuerpo.

Pero antes de que pudiera escupirle todo lo que la despreciaba por eso, la boca de Lynett se encontró con la suya en un beso tórrido y desesperado y Elijah se encontró devolviéndolo con la misma intensidad.

Tenía un sabor dulce y tentador, como el resto de ella. Era demasiado pequeña, sus curvas, sus labios, sus pechos, todo aquello que se apretaba contra él entre gemidos era demasiado pequeño, pero la tentación no lo era. Y no sabía por qué.

Devoró su boca como si fuera la última fuente de agua en el mundo y la sintió estremecerse.

—¡Por favor…! —la escuchó gemir contra su cuello mientras trataba de quitarle la camisa, y Elijah gruñó ante la erección feroz que le desataba.

—¡Suéltame, Lynett!

—¡Por favor… solo un poco! —Sus manos se aferraron al cinturón de Elijah, haciéndolo desaparecer mientras buscaba sus labios y su lengua se volvía un volcán en su boca.

—¡Maldición! —gruñó Elijah tratando de resistirse, pero cuando más trataba de apartarla era como si rozaran más.

Estaba febril, su aliento estaba lleno de gemidos, su piel se perlaba con gotas de sudor y Elijah odiaba cada pensamiento que le provocaba:

Besarla como un poseso.

Arrancarle el vestido.

Devorar sus pechos.

Meterse entre sus piernas.

Hundirse en aquella humedad que sentía aun sobre las bragas.

Hacerla gritar hasta que toda aquella calentura se convirtiera en conciencia… en la conciencia de él dentro de ella, empujando, embistiendo, devastando.

—¡Quédate quieta! ¡Maldit@ tentación, quédate quieta! —gruñó sujetándola con fuerza mientras hundía la lengua en su boca y la devoraba.

Sintió el primer espasmo en su cuerpo y luego todo fue un absoluto caos entre los dos.

Pero “caos” solo era una forma leve para describir cómo despertaría Lynnet al día siguiente, aturdida, sin recordar nada; y lo primero que salió de su garganta fue un grito ahogado cuando vio a aquel hombre desnudo acostado junto a ella en la cama.

Cada uno de sus músculos parecía tenso aun durmiendo y los ojos de la muchacha se llenaron de lágrimas al levantar un poco la sábana y darse cuenta de que solo llevaba su ropa interior.

—¿Qué pasó…? —fue el único susurro que salió de sus labios y que hizo a Elijah abrir los ojos junto a ella.

Se levantó de la cama en silencio y Lynett ahogó un jadeo de sorpresa cuando se dio cuenta de que él solo llevaba el bóxer.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué me hiciste!? —lo increpó apretando las sábanas contra su cuerpo mientras sus mejillas se llenaban de llanto y Elijah la miró con desprecio.

—¿Qué te hace pensar que te hice algo?

—¡Que estás sin ropa y yo… yo estoy sin ropa! —sollozó desesperada—. ¡¿Por qué estoy sin ropa, por qué estoy aquí…?! ¡¿Qué me hiciste?! —gritó y un segundo después Elijah salvaba la distancia entre los dos y una de sus manos sujetaba con fiereza su barbilla para mirarla a los ojos.

—¡¿Te duele algo!? ¡Responde! ¡¿Te duele algo?! —gruñó con expresión violenta.

La simple acusación hacía que le ardiera la sangre en las venas.

“¡¿Qué me hiciste?!” ¿En serio? ¡Había que ser muy desvergonzada para acusarlo de algo cuando ella era la que se había drogado y ofrecido!

—¡Responde! —siseó muy cerca de sus labios, viendo el terror en los de la chica, y un segundo después su otra mano bajaba por su vientre y la rozaba por encima de las bragas, notando la tensión instantánea y aquella humedad que a pesar de todo no se había ido—. ¡No estás respondiendo, chiquilla! ¡¿Te duele algo?! ¡Dime!

El corazón de Lynett retumbaba en sus oídos, mareándola, pero aun entre el miedo, cada fibra de su cuerpo pudo reconocerse y la verdad era que no.

—No… —susurró con los ojos llenos de lágrimas—. No me duele nada…

—¡Entonces ahí tienes tu respuesta, porque si te hubiera hecho algo, linda, te estarían doliendo hasta los pensamientos! —gruñó Elijah soltándola con brusquedad y se dio la vuelta para alcanzar su teléfono—. Puedes traerlo ya. —Fue lo único que dijo, y en cuestión de pocos segundos tocaron a la puerta.

Una amable señorita le entregó un par de perchas selladas y Elijah lanzó una sobre la cama junto a ella antes de empezar a vestirse.

—Anoche nos vomitaste encima —siseó con evidente desprecio—. Yo no soy de los que despierto a mis empleados para que me traigan cambios de ropa a un hotel en la madrugada. Por eso dormimos aquí —sentenció ajustándose la corbata—. Pero puedes estar segura de que no te toqué ni un pelo. ¡Créeme, inmadura, drogadicta y sosa… no eres mi tipo!

Y ajustándose la corbata salió de allí, seguro de que no había caído en ninguna trampa.

Evidentemente… se equivocaba.

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