El olor a humedad era lo de menos. Después de tres días encerrada en esa celda subterránea, Ellis ya no se inmutaba por los detalles. El verdadero problema era el silencio. No el silencio real —porque a veces escuchaba pasos, murmullos, la tos de algún guardia—, sino el otro, el que venía de afuera. Nadie había intentado contactarla. Nadie había entrado a negociar. Nadie había traído noticias.Eso solo significaba una cosa: querían que se quebrara.Pobres imbéciles.Se acomodó contra la pared, con la espalda erguida y la mirada fija en el punto donde la luz de la bombilla parpadeaba. Era un patrón, y los patrones hablaban. El parpadeo ocurría cada nueve segundos. Había cronometrado todo. Las rondas de los guardias. El sonido de los generadores. Incluso el momento exacto en que uno de ellos —el más joven, probablemente nuevo en el juego— se detenía frente a la puerta como si quisiera decirle algo… pero no se atrevía.Había sangre seca en su mejilla, cortes superficiales en los brazos y
Ellis estaba acostumbrada al silencio. A las horas vacías que se deslizaban lentamente mientras las paredes de su celda la rodeaban. Los días se mezclaban entre ellos, sin cambios, sin novedades. El único sonido que podía escuchar era el de los guardias haciendo su ronda, sus botas resonando en los pasillos fríos. Aunque había aprendido a no esperar nada, siempre había algo que la mantenía alerta.Había algo en el aire esa mañana, algo diferente. No sabía qué, pero lo sentía. Sus ojos se movieron hacia la puerta de su celda, esperando lo inevitable: un nuevo día de control y monotonía.Pero no fue así.Un ruido la sacó de su letargo. Un paso diferente, más rápido. La puerta se abrió con un sonido pesado. Ettore, uno de los guardias que la había atendido los últimos días, estaba allí, pálido, visiblemente nervioso. No era el mismo hombre que entraba todos los días con indiferencia. Hoy había algo en su mirada.—¿Qué pasa? —preguntó Ellis, su voz grave pero controlada.Ettore vaciló, mi
Alessandro no dijo nada de inmediato. No era un hombre dado a los gestos amables, y mucho menos a consolar. Su vida había sido una sucesión de decisiones frías y necesarias, pero había algo en esa mujer entre sus brazos, algo que rompía cada regla no escrita que había seguido hasta ahora.La sostuvo unos segundos más, sabiendo que, aunque no lo pidiera, Ellis necesitaba ese momento. Y también, porque en el fondo, él mismo lo necesitaba.Finalmente, cuando ella se separó apenas lo suficiente para mirarlo, Alessandro deslizó su mano hacia su rostro. El pulgar rozó su mejilla con una suavidad insólita, limpiando una lágrima que Ellis ni siquiera había notado que había caído.—Esto no ha terminado —dijo con una gravedad tranquila—. De hecho… apenas empieza.La crudeza de sus palabras no era para herirla, sino para recordarle quiénes eran. Y lo que venía.Ellis asintió. El temblor de su cuerpo había disminuido, reemplazado ahora por una dureza nueva en su mirada. Alessandro la había sacado
La sala estaba cargada de humo, perfume caro y tensión. Cada rostro en esa mesa representaba una parte del viejo imperio criminal americano. Hombres grises, algunos con el cabello blanco como la nieve que cubría Chicago esa noche, otros con trajes tan afilados como sus intenciones. Todos estaban ahí por una razón: saber quién demonios tomaría el trono vacío que había dejado el último Spencer.Y ella entró como un terremoto en tacones.Ellis cruzó la sala sin bajar la mirada ni una vez. No necesitaba hacerlo. Sabía que todos la observaban. No como a una líder, todavía no. La veían como a una anomalía. Una mujer joven. Una doctora. La supuesta heredera de un legado bañado en sangre. Pero eso iba a cambiar.Detrás de ella, Alessandro Bianchi caminaba como un ejército de un solo hombre. Traje negro, mirada letal. Si había dudas sobre la veracidad de la alianza entre ambas familias, bastaba con ver cómo sus ojos se fijaban en la espalda de Ellis: protectores, devotos, peligrosos.Alessandr
⸻—Alessandro, tengo información: Micah ha vuelto.El Italiano no contestó de inmediato. Se quedó en silencio, la vista fija en el suelo, las manos entrelazadas sobre la mesa. Sus facciones se endurecieron poco a poco. No necesitaba decir nada: estaba procesando, calculando, conectando las piezas.Micah. Su hermano menor. El mismo que se había largado con Francesca, con la prometida de su peor enemigo. No solo fue una traición familiar. Fue un golpe directo al orgullo, a la organización, al respeto ganado con esfuerzo. Y ahora estaba de vuelta.¿Por qué regresaría? ¿Qué estaba buscando? ¿Qué esperaba conseguir?Nada tenía sentido.Para Alessandro, Francesca había jugado su propia carta desde el principio. Su excusa de “fui secuestrada” no le cuadraba. Nadie en su círculo creía eso. Francesca no era de las que se dejaban llevar. Si se fue, fue porque quiso. Punto.Ellis entró a la oficina justo en ese momento, sin anunciarse.—¿Qué pasa? —preguntó, alzando una ceja, mirándolo desde la
Ellis llegó al punto indicado treinta minutos después. La camioneta frenó a un costado del camino, lejos de las luces. Se bajó, ajustó la chaqueta y miró al frente: una bodega oxidada, medio derruida, iluminada apenas por una farola parpadeante. Sacó su teléfono, revisó el mensaje otra vez. Sin respuesta nueva. Suspiró. —Lo típico… —murmuró, guardándolo. Massimo se acercó desde la oscuridad. —Tenemos visual de tres hombres en la entrada. Otros dos en el tejado. No parecen pesados, pero están armados. Ellis asintió. —¿Vehículos? —Una camioneta negra, sin placas. Probablemente tienen salida trasera. Ella lo pensó unos segundos. —¿Ves a Micah? Massimo negó. —No desde aquí. Ellis respiró hondo. —Bien. Me acerco sola, como acordamos. Tú y los demás, atentos. Si no salgo en veinte minutos, entran. Massimo no estaba convencido, pero no discutió. —Entiendo. Ellis comenzó a caminar. Cada paso sonaba seco contra la grava. Los hombres en la entrada la vieron acercarse y bajaron l
—Ellis,por favor cúbreme,serán solo un par de horas,lo prometo. La rubia giró el rostro apenas unos segundos,se encontraba revisando los signos vitales de uno de sus pacientes,su turno de 36 horas estaba por terminar.—Temperatura normal,signos vitales en orden. Está usted más fuerte que un toro (guiña un ojo a su paciente anciano de 80) sólo está aquí para conquistarme,ya le dije que estoy casada con mi empleo.—No pierdo la esperanza Doctora.Él le devuelve el guiño.—Estás ignorándome. Melissa sacó un resoplido. Tenía una importante cita en menos de media hora,pero no podía ir porque su turno empezaba al mismo tiempo.—Claro que lo hago,es todo un arte que tengo dominado. La chica la siguió por todo el pasillo y la hizo detenerse una vez más. —Por favor Ellis,este podría ser el amor de mi vida,y tú podrías ayudarme (Ellis puso gesto de ironía,puesto que no era la primera vez que le decía lo mismo) una vez más,amiga. Finalizó al notar que no estaba siendo muy persuasiva—La espald
La puerta seguía cerrada, y el sonido de los hombres fuera de la habitación intentaban abrirla con desesperación. El sistema de seguridad había asegurado la puerta, pero Ellis sabía que el tiempo era su peor enemigo. Miró al hombre herido frente a ella con desconfianza. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, lista para reaccionar si era necesario. Aunque su rostro permanecía impasible, sus ojos recorrían al hombre con una precisión calculada.Este no era un paciente común. No había nada que lo hiciera parecer una víctima, solo un tipo peligroso que había irrumpido en su turno y ahora le exigía ayuda. Su respiración era profunda, pero su mirada era de acero, evaluando cada movimiento del hombre. Un tipo como él no tenía nada de bueno, y aunque parecía herido, nada le decía a Ellis que sus intenciones fueran limpias.—¿Qué quieres de mí? —su voz sonó más dura de lo que esperaba, pero no podía permitirse dudas. Este tipo estaba metido en algo turbio, y ella no iba a ser parte de su jueg