Hamburguesas, chocolate, aperitivos, refrescos.
Todas esas cosas que sabían tan bien, pero que Andrea no le dejaba comer. Por supuesto que no le gustaba.
Pero pensándolo mejor, había prometido a Julieta no contárselo a nadie, especialmente a su padre.
Si lo hacía, ella no le compraría más cosas ricas.
Así que Juan desvió la mirada.
—No hay razón, simplemente me gusta la tía.
Miguel pensó que aún era pequeño y no entendía la importancia del asunto.
Así que le dio unas palmaditas en la cabeza y le dijo que durmiera tranquilo.
Después de un rato, creyendo que ya se había dormido, Miguel abrió la puerta con cuidado y salió.
Al oír que se iba, Juan abrió los ojos sigilosamente, encendió la luz con cuidado y sacó una barra de chocolate de su mochila. Sentado en la cama, comenzó a comerla a escondidas.
Era un chocolate que Julieta le había comprado, para que lo escondiera y comiera en secreto. Cuando se acabara, ella le compraría más.
Juan comía balanceando la cabeza y relamiéndose.
—La tía l