—Es curioso —dice entonces Alejandro, sin mirarme, como si pensara en voz alta—. Uno pensaría que el encierro sería insoportable… y, sin embargo, algunas cosas son peores que salir de aquí.
Frunzo el ceño, desconcertada.
—¿Qué cosas? —quiero saber.
Él no responde. Solo se pasa una mano por la nuca y desvía la mirada, como si ya hubiera dicho demasiado. Y eso me enfurece.
Golpeo el botón de emergencia con más fuerza de la necesaria, como si con eso pudiera acelerar la reparación del ascensor.
—Si lo rompes, vamos a estar atrapados más tiempo —comenta Alejandro con su típica calma exasperante.
Le lanzo una mirada asesina.
—Si no salimos en los próximos cinco minutos, voy a empezar a gritar.
—Sería entretenido —dice con una media sonrisa—. ¿Quieres que te cronometre?
Aprieto los dientes y cruzo los brazos.
—Si al menos tuvieras la decencia de estar un poco incómodo…
Alejandro me observa con fingida confusión.
—¿Por qué estaría incómodo?
—Porque estamos atrapados en un espacio reducido y