FUEGO.

Eso era lo que veía Connie dentro de la mente de Korina. Y ahora también lo veía Jareth.

Llamas, gritos, siluetas corriendo entre los árboles. El cielo teñido de humo y de una luz anaranjada de las llamaradas. Casas cayendo, cabañas desmoronándose con crujidos abruptos.

Lobos heridos, lobos que no volvían a levantarse.

Korina jadeaba.

El recuerdo era una mezcla de movimiento y sacudidas. Un fuerte hombre lobo la sostenía sobre su hombro, la sujetaba con fuerza como si ella fuera una cría descontrolada. El mundo daba vueltas a su alrededor mientras era llevada lejos.

—¡SUÉLTAME! ¡BÁJAME! ¡NO ME SAQUES AHORA! —gritaba ella, la voz áspera, quebrada.

—¡NO VOY A ARRIESGARLA! —rugió el lobo que la sostenía—. ¡ÉL crecerá en paz! ¡ES EL CACHORRO DEL ALFA! ¡NO VAS A PERDERLO ENTRE CENIZAS, BETA!

Korina dejó de forcejear.

Su cuerpo quedó inmóvil.

El cachorro del Alfa… su hijo en su vientre.

Desde esa posición, alzada por encima del suelo, vio el cielo abrirse de golpe. No p