—¿No puedes ser indulgente? ¿O no quieres? —preguntó Adalet seriamente a su marido.

Zefor no respondió.

—¡Es tu hijo! —gritó ella, la voz cortada por la furia—. ¡¡Es sangre tuya!! ¡Y estás hablando de él como si fuera un enemigo más!

Zefor se quedó acostado, sin parpadear. Adalet dio un paso hacia él, con sus ojos verdes, llorosos.

—¡No puedes condenarlo solo porque Korina fue una traidora!… Es cierto, mis bebés corrieron peligro. Pero tienen tu don, y tú llegaste a tiempo, ¿por qué ser crueles con ese chico?, quizá fue Korina quién lo obligó a eso.

Zefor no respondió. Su pecho subía y bajaba despacio, y sus ojos dorados seguían fijos en el techo, sin parpadear.

Adalet lo observaba desde el otro extremo, de pie, con los brazos tensos a los costados.

—¿Es que no te importa? —preguntó ella en voz baja, su tono lleno de rabia y tristeza—. ¿No sientes nada por él?

Alfa Zefor giró lentamente el rostro hacia ella. Su mirada era dura, fría…

—Suficiente. No te metas —dijo él, s