Adalet estaba sola en el baño. Las manos apretaban con fuerza el borde del lavamanos. Respiraba rápido, desordenada, como si el aire no le alcanzara. El pecho le dolía con cada inspiración. Sentía que el corazón se le iba a salir.
Sus ojos verdes estaban hinchados, enrojecidos de tanto llorar. La nariz igual. Ya era madrugada… Y seguía ahí, parada, temblando, recordando cada palabra que su padre le dijo.
Él la había amado.
Él la había protegido.
Desde que la sostuvo por primera vez, fue su cachorrita, su tesoro, su mundo.
Pero esa mujer… esa que le dio la vida…
La secuestró.
Le borró la memoria.
La convirtió en un experimento. Un simple proyecto más.
—¿Qué quería…? —murmuró Adalet, con voz temblorosa—. ¿Por qué…?
Su garganta ardía. Sus ojos ya no podían más. Soltó el lavamanos con las manos temblorosas y empezó a quitarse la ropa mojada. Llevaba horas con esas prendas encima, empapadas por el sudor, las lágrimas, y la lluvia que la había azotado antes de entrar.