Evelyn
El sonido metálico de la puerta al abrirse resuena en mi cráneo como un eco funesto. Apenas puedo girar la cabeza cuando veo que arrastran a Clara hasta la celda contigua. Su rostro está empapado en lágrimas, sus ropas sucias y desgarradas, y sus manos atadas a la espalda.
Su cuerpo cae pesadamente sobre el suelo de piedra cuando los guardias la empujan sin delicadeza. La puerta se cierra de golpe y el sonido del cerrojo asegurándose me hiela la sangre.
Ella no se mueve al principio. Respira agitadamente, con el rostro enterrado en sus propios brazos. Luego, muy lentamente, levanta la cabeza y sus ojos azules, brillantes por el llanto, se clavan en los míos con un odio que me atraviesa el pecho.
—Esto es tu culpa —su voz es rasposa, casi inaudible, pero el veneno en sus palabras es letal—. Mi hermano está muerto por tu culpa.
El golpe es como un latigazo invisible.
—Clara…
—¡No me hables como si te importara! —escupe, con la voz quebrada. Su cuerpo tiembla, pero no es por miedo