Megara
La oscuridad de la fortaleza de Ragnar no me asusta. Nada lo hace.
No después de haber sido humillada. No después de haber sido reemplazada.
Camino por los pasillos de piedra fría con la cabeza en alto, mis tacones resonando con cada paso. Las antorchas a los lados proyectan sombras alargadas y siniestras, pero no me detengo. Estoy aquí porque quiero. Porque lo necesito.
Al llegar a la gran sala, Ragnar está esperándome con una sonrisa depredadora. Ese maldito bastardo me gusta tanto como lo detesto.
—Veo que te has decidido, Megara —dice con su voz áspera y llena de burla—. ¿Estás lista para lo que acordamos?
Cruzo los brazos sobre mi pecho y lo miro con desafío.
—Lo estuve desde el momento en que ese pedazo de basura me marcó y luego me dejó por ella.
La sonrisa de Ragnar se ensancha.
—Entonces dime, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar para quitarla del camino?
Mi sangre hierve solo de imaginarlo. Evelyn. La intrusa. La zorra que me robó todo.
—Quiero verla muerta. —Mis pala