Capítulo 6

Nora Harrison

Días después…

Habían pasado ya varios días desde el último momento en el que fue al club a arreglar las cosas. Ahora teníamos un uniforme decente y un nuevo gerente que al menos nos trataba con respeto y estaba atento a nuestras necesidades. Según escuché lo habían amenazado con demandarlo hasta por respirar si no cumplía con todas las reglas del club.

Y eso me llenó de una satisfacción que no había sentido en mucho tiempo, sin mencionar que había conservado mi trabajo y ahora el ambiente era muchísimo más ameno y relajado para trabajar.

No había vuelto a hablar con él aunque muchas veces me tentaba a presionar su número en mi teléfono solo para escuchar su voz o preguntarle como estaba, pero nunca me atrevía y ocupaba mi mente para distraerme de él y su sonrisa, su voz ronca, su cuerpo tan musculoso y esa altura que me volvía loca.

Ese día había salido relativamente del trabajo y tuve que hacer todo el proceso de siempre, buscar a Naro en el lugar en el que la cuidaban mientras trabajaba y luego ir a casa.

—¿Cómo te fue hoy, mi amor? —le cuestioné mientras conducía por la ciudad hacia casa.

Ella se notaba adormilada, casi siempre hacía el viaje dormida, pero hoy estaba despierta y era el único momento que tenía para hablar tranquilamente con ella.

—Me fue bien, mami. La maestra hará una exposición de los cuadros que pintamos en cinco días, tienes que ir.

Yo asentí segura de que estaría ahí para cuando mi pequeña presentara uno de sus cuadros.

Si bien la escuela en la que estaba era del gobierno, había sido la mejor que encontré en su momento, aunque ahora me pareciera muy básica para las habilidades de Naro.

Al llegar al estacionamiento en la parte frontal del destartalado edifico en el que vivía, apagué el auto y comencé a tomar mis cosas mientras que mi hija de ocho años se quitaba el cinturón de seguridad y salía del auto para ir directo a la entrada.

Era algo que habíamos ensayado por si en algún momento yo estaba en peligro ella estuviera a salvo dentro del edificio. Y si sucedía algo ella debía quedarse oculta.

Y en ese día me sentí tan feliz de haberla educado con cosas como esas, porque mientras salía del auto con la mochila y de Naro y mi bolsa del trabajo, alguien se acercó a mí y lo primero que sentí fue un objeto golear con fuerza mi espalda.

Cuando intenté girarme fui lanzada al suelo gracias a otro golpe contundente de lo que creía era un b**e de beisbol.

La persona que me estaba agrediendo una y otra vez aun después de estar en el piso tenía el rostro cubierto y no dijo nada mientras yo trataba de cubrir mi cuerpo con la mochila de Naro, solo que no hubo mucho que pudiera hacer mientras el b**e caía sobre mi cabeza, mi rostro, mis hombros, mis piernas.

—No, por favor, para, para.

Mis palabras estaban siendo gritadas por la desesperación, las lágrimas aparecieron en mis ojos y sollocé mientras él continuaba sin detenerse, hasta que todo lo que pude sentir fue el recuerdo de los golpes en mi cuerpo y el silencio del estacionamiento.

Mis sollozos se intensificaron cuando empezaron a dolerme más zonas de mi cuerpo y podía sentir la sangre boscosa y de olor metálico deslizándose por mi frente a causa de una herida.

Con los ojos empañados miré a mi alrededor y suspiré un poco aliviada cuando no vi a Naro por ningún lado. Ella debía estar segura dentro del edificio, pero seguramente un poco asustada si vio todo lo que sucedió. Y sabía que lo había hecho, porque ella siempre se quedaba frente al cristal del oscuro lobby esperando a que yo entrara.

Con manos temblorosas comencé a rebuscar en mi bolso para tratar de encontrar mi teléfono y cuando lo encontré en vez de llamar al 911 para que viniera en mi rescate, marqué el número que había estado viendo en la pantalla todos estos días.

Marqué el número de Andrew Pankrov y rogué por ayuda.

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