No conocía a nadie que tuviera esa habilidad, así que me sentía bastante orgullosa de ser yo quien la tuviera.
—¿Tu mate? —repitió Nathan con espanto, como si la simple idea de que yo tuviera un mate lo enloqueciera.
—Pues sí. Soy una mujer lobo, tengo mate como cualquiera —respondí con obviedad.
—Entiendo —murmuró el alfa, aunque el comentario fue más para sí mismo—. Tengo solo dos preguntas más, loba.
—Dispara —sonreí, retándolo con la mirada.
No se supone que deba desafiar a un alfa, no. Ellos imponen respeto solo con su presencia, pero yo era la hija de un alfa, por lo tanto, teníamos el mismo rango. Y me encantaba utilizar eso a mi favor.
—¿Por qué te has escondido tantos años? ¿Por qué aparecer ahora? —ignoró mi puya.
—Eso es fácil de explicar. Mi misión es proteger a Eleanna, pero a diferencia de otros lobos, esta es mi primera vida. Supe como ocultarme porque la magia así me obligó, pero no tengo la menor idea de cómo podría deshacerlo. Así que desde entonces he estado guiando