Capítulo 2:

— Cuéntame, ¿ya has conocido a algún vecino?— pregunta mi madre.

Anika se mete en el medio del encuadre, quedando como la única que puedo ver. Escucho quejas de los demás.

— Sí, lo que dijo tu madre, pero voy a mejorar la pregunta— sonríe pícaramente—. ¿Tienes algún vecino buenorro? ¿Alguien a quien valga la pena cepillarse en el elevador?— sube y baja las cejas rítmicamente.

Esa pregunta, y la manera en la que la hace, causan que el café que acababa de llevarme a la boca saliera disparado por mi boca y nariz. Comienzo a toser como una trastornada y al otro lado todos se ponen locos.

Resulta que mi querida cuñada ha tenido la grandiosa idea —sarcasmo por todos lados— de que, en vez de hacer una llamada normal, hiciéramos una videoconferencia, así les podía enseñar cómo decoré el piso y todo eso. Pero ahora, aquí estoy, ahogándome por su culpa.

Aunque es una buena manera de morir. Ahogada en café.

— ¡Anika, mira lo que hiciste!— la reprende mi madre, apartándola.

— ¡A esto es a lo que me refiero cuando te digo que tú no le darás la charla sobre sexo a Matthew!— le suelta Max, bastante enojado.

— ¿Y quién se la va a dar? ¿Tú, con tu "cuando un hombre y una mujer se gustan…"?— la morena suelta una risotada sarcástica—. Mira Maximiliano, no me hagas hablar.

— Sí, hija, mejor no hables— suplica mi padre, girándose después hacia la computadora con cara de trauma.

En lo que ellos se pelean yo aprovecho para ir a la cocina y beber un poco de agua, volviendo a respirar con normalidad.

Esto es algo definitivo: mi familia será quien me matará. Anika, más específicamente.

— ¿Ahora dónde se metió esta niña?— escucho a mi madre desde la habitación de al lado, y esa es mi señal para regresar.

Me siento delante de mi portátil y los observo con una sonrisa. En el cuadro que sale en una esquina de la pantalla donde se ve mi cara, veo lo roja que estoy.

— Cariño, ¿qué te ha pasado?— inquiere mi padre al verme bien.

— Nada, aquí, ya sabes— me encojo de hombros despreocupadamente, luego me pongo seria y fulmino a mi cuñada con la mirada—. ¡Que casi me matas, mujer!

Ella rueda los ojos y suspira.

— Aquí no se me entiende— lloriquea—. Me voy a buscar a mi hijo, que es el único que me quiere— dramatiza y se va, no sin antes lanzarme un beso por detrás de los demás sin que ellos la vean.

— Ahora sí— mi mamá vuelve a tomar la batuta de la conversación—. Cuéntanos todo— pide con emoción.

— Mamá, llegué ayer— le recuerdo, divertida—. No tengo nada interesante que contar, me he pasado todo este tiempo organizando el departamento.

Y bastante bien que me fue. El piso ya estaba completamente amueblado, cortesía de Max, quien se encargó personalmente de que los mejores muebles de la inmobiliaria que dirige. Así que lo único que tenía que traer eran las cosas más básicas como la ropa y eso, ya lo demás lo compraré después.

Lo que hice anoche fue desempacar todo, los utensilios de cocina, los muebles, meter la ropa en el armario y poner los libros en una estantería que instalaron en el salón.

— Bueno, ¿y qué tienes pensado hacer hoy?— pregunta mi hermano.

— Ayer cuando venía en el taxi vi que hay una tienda dos calles más abajo. Voy a ir a comprar comida para llenar la nevera, que anoche tuve que pedir pizza— les cuento y todos se ríen ante la cara que pongo.

Creen que es por haber tenido que comer pizza, cuando en realidad es porque a partir de ahora tengo que cocinar cada día, eso si no quiero morirme de hambre.

Charlamos un rato más hasta que Max y papá tienen que volver al trabajo, y mamá va de compras con Anika. Nos despedimos y cuando cuelgo no puedo evitar sentirme un poco sola. Si ellos estuvieran aquí ahora mismo, la cosa sería muy diferente. Pero bueno, eso es lo que tiene vivir solo.

Cierro mi laptop y me llevo la taza de café hasta la cocina, para meterla en el lavaplatos. Vamos a ver hasta cuando me dura ser ordenada.

El apartamento es muy amplio y con muchísima luz natural que entra por los ventanales que hay en la sala. Cuando entras con lo primero que te topas en con el salón, donde hay un juego de muebles que consta de un sofá y dos sillones a los lados de este, una chimenea de ladrillo rojo y una tele en la pared encima de esta. A la izquierda está la cocina, con una barra que da acceso a un pequeño pasillo que divide el salón de la cocina. Para ir a mi habitación hay que meterse en el corredor que parte desde la sala. En realidad son dos habitaciones, pero la más pequeña la dejé para usarla como estudio. Y justo al lado de la puerta del esta, está la que da acceso al baño para las visitas —mi dormitorio tiene cuarto de baño dentro—. Y si se camina hasta el final del pasillo, se llega hasta una pequeña terraza desde donde se ve la zona de lo que me parece que es el costado del edificio. No es lo que se puede decir una vista memorable, pero hay dos sillas plegables en una esquina, para sentarse en las noches, así que está perfecto.

El piso en sí me encanta, además de que no es ni muy grande ni muy pequeño; se puede limpiar sin que tenga que venir la cruz roja a buscarme en una camilla.

Vale, he exagerado un poco.

Voy hasta la habitación para darme una ducha rápida, luego me visto con unos vaqueros de mezclilla, una camiseta blanca sencilla y unas zapatillas del mismo color. Agarro mi celular de encima de una de las dos mesitas de noche de madera blanca junto a mi cama, y salgo de la habitación. Cojo las llaves de la barra de la cocina y salgo del apartamento.

Me sitúo frente al elevador y presiono el botón para llamarlo. Espero pacientemente hasta que llega. Cuando bajo a la primera planta veo que el chico de ayer está sentado en el sitio del portero, como cuando llegué.

— Hola— saludo, deteniéndome al otro lado del mostrador.

— Pero si es la nueva inquilina— comenta con una sonrisa encantadora—. ¿Cómo estás?

— Bien— le sonrío—. Ya instalada.

— Soy Enric, por cierto— se presenta, estirando el brazo por encima de la mesa para ofrecer su mano.

— Isla— estrecho su mano con la mía.

Enric frunce el ceño.

Y allá vamos.

— Ese es un nombre…-

— Raro, lo sé— replico, rodando los ojos.

— Pues sí, bastante— concuerda el chico.

— Bueno, ya nos veremos después— digo—. Voy a hacer la compra. Hasta luego.

Le digo adiós con la mano y salgo a la calle. Me fijo en que el día de hoy está bastante nublado, y cuando una brisa fría choca contra mi cuerpo me arrepiento una y mil veces por haberme puesto esta camiseta de manga corta y de no haber cogido chaqueta.

Bueno es cuestión de que me acostumbre… O de que me congele.

Camino unas calles, fijándome en todos los locales que veo para que se me graben y saber lo que está cerca, y pues la verdad es que hay muchas cosas. Hay un café, una panadería y una librería —eso es lo que más me emociona—, a la que después de seguro volveré a echar una ojeada, pero eso será más adelante. Para mañana tengo planeado ir a algunas editoriales que quedan cerca del centro. Tomás me aseguró que hablaría con su nieta, pero tampoco es que sea algo seguro, por eso es que tengo que buscar por mi lado.

Justamente como recordaba, en una esquina está la tienda. Dentro del local es todo bastante normal, estanterías con alimentos y productos de limpieza, repartidas por todos lados y en la pared del fondo la caja, detrás de la que se encuentra una chica. Tomo una de las cestas junto a la entrada y camino dentro para empezar a agarrar lo que necesito, que es casi de todo.

Después de un rato camino hasta la caja para pagar todo lo que he cogido, con dos cestas en las manos. Al final resultó que las cosas no cabían en una sola. Pongo los dos bultos sobre el mostrador y voy poniendo las cosas sobre la cinta para que la cajera vaya registrando las cosas.

— Oye, ¡hola!— dice alguien a mi espalda.

Cuando me giro me encuentro con la amplia sonrisa de la chica pelirroja que nos ayudó a Enric y a mí a subir mis cosas a mi casa ayer. 

Como ya dije tiene el cabello rojo —no es pintado; la chica es pelirroja natural—, sus ojos son de color verde y su rostro blanco, algo pálido, está pintado con pecas de color marrón. Es un poco más baja que yo, pero eso no es algo que me extrañe porque soy de una estatura bastante alta.

— Oh, hola— la saludo cuando ya he sacado todo de las dos cestas de compra y las pongo en una pila a un lado del mostrador.

— Veo que has venido a por suplementos— su rostro pasa a la sorpresa cuando ve todo lo que la pobre chica de la caja pasa por la máquina—. Madre mía. ¿Pero tú vas a alimentar todo el continente africano?— bromea.

Ladeo la cabeza, sopesando que podría ser posible.

— Es algo que estoy considerando, sí— ella se ríe—. Me llamo Isla— me presento.

— ¡Que nombre tan chulo, por Dios!— exclama y se me tira encima para abrazarme, cosa que me toma un poco por sorpresa, pero se lo devuelvo igual—. Yo soy Jade— dice cuando nos separamos.

— Mucho gusto, Jade— no puedo evitar sonreír ante su emoción.

Desde ayer me di cuenta de que es como mi cuñada, siempre feliz y con esa personalidad arrasadora. Definitivamente Jade y yo nos vamos a llevar bien, porque yo no es que sea una persona precisamente tranquila.

— ¿Tú vives en el edificio?— pregunto.

Jade asiente varias veces con la cabeza.

— En el tercer piso— responde—. ¿Y esa carita de emoción a qué se debe?

— Yo también vivo en el tercero— digo y suelta un gritito de emoción que hace que la chica de la tienda la mire mal—. Espera, ¿tu piso es ese que llevan meses remodelando?— asiento con la cabeza.

— Bueno pues ya tengo con quien volver— señalo a lo que ella me contesta con otra sonrisa.

Pago por todas mis cosas y espero a que Jade haga lo mismo con lo que ha comprado, mientras charlamos de cosas básicas. Yo le cuento por qué me mudado, las cosas de mi familia y eso, hasta que salimos a la calle.

— Así que eres escritora— repite Jade. Le dedico un asentimiento—. ¿Y ya has publicado un libro?

— ¿Te refieres a un libro en papel?— me dice que sí—. Pues no, pero es por eso por lo que estoy aquí, para presentar mis manuscritos a todas las editoriales que encuentre. Espero que me acepten en alguna.

— Claro que te van a aceptar, tranquila— me calma Jade—. Además, de que tú tienes cara de ser muy lista, estoy segura de que tus novelas son buenísimas.

Le sonrío, olvidando por un momento las ganas de morirme que tengo por lo pesadas que son estas bolsas. Jade se ha ofrecido a llevar una de las cuatro que me han tenido que dar en la tienda, pero las otras tres van matándome lentamente.

Ahí te voy, San Pedro.

— ¿Y tú qué haces?— pregunto—. O sea, ¿estudias o trabajas?

— Estudio en la Academia de Danza— responde, y eso hace que encaje el por qué de su complexión tan delgada—. Ballet clásico— añade.

— Wow, eso es muy cool.

La pelirroja me regala una sonrisa ladeada.

— La verdad es que sí— concuerda—. A ver, no es nada fácil. Es como vivir en una eterna abstinencia con la comida. Ya ni siquiera recuerdo cómo sabe una hamburguesa, pero es algo que me apasiona demasiado— lloriquea.

— Bueno, pues yo te invito a una— digo, haciendo referencia a la hamburguesa. Alzo mi mano derecha, donde llevo colgadas dos bolsas—. Aquí hay de todo.

— Te diría que sí, pero mi profesora sabe hasta cuántas veces he ido al baño en el día, sólo con verme bailar— rueda los ojos—. Si como algo que no sea lechuga, me mata— expresa y las dos rompemos a reír.

(*****)

Meto la última botella de agua en la nevera, cuando el timbre suena. Frunzo el ceño, algo extrañada por recibir visitas al segundo día de mudarme.

Voy hasta la puerta principal, y cuando la abro con lo primero que me topo es con una sonriente Jade que trae una botella de… ¿vino?, en las manos. Detrás de ella hay tres chicas más que me observan con la misma expresión que mi nueva amiga.

— ¡Hola otra vez, vecina!— exclama ella.

— Jade— asiento en su dirección—. ¿Qué celebramos?— inquiero, señalando la botella que sostiene.

— Que se han firmado los tratados— rueda los ojos—. ¿Pues qué va a ser, tonta? Que te has mudado. ¡Es una fiesta de bienvenida!

— Bueno, en ese caso— me hago a un lado de la entrada—. ¿A qué esperan para entrar?

Las cuatro chicas entran en mi apartamento soltando exclamaciones de celebración. Jade me entrega la botella de vino blanco y voy hasta la cocina para ponerla a enfriar un poco mientras que ellas se sientan en la sala. Cuando me uno a ellas ocupo uno de los dos sillones individuales porque ya el sofá y el otro sillón han sido invadidos.

— Isla, déjame presentarte a mis compañeras de piso— anuncia Jade en tono formal—. Ella son Vanessa, Camille y Mary— las va señalando una por una a medida que menciona sus nombres.

Vanessa es pelinegra con ojos claros, lo cual combinado con su figura esbelta logra una pinta de Megan Fox que es increíble. Camille y Mary son rubias las dos, la primera con los ojos de color claro —creo que grises— y Mary por su parte es de ojos más color avellana.

— ¿Las cuatro viven juntas?— inquiero con curiosidad y ellas afirman con la cabeza—. Y son bailarinas, como Jade— asumo esta vez.

— Y tú bastante perspicaz— comenta Mary con una sonrisa.

— ¿Es cierto que eres escritora?— me pregunta Vanessa.

Miro a Jade, curiosa. ¿Les ha hablado de mí?

— Jade nos contó— interfiere Vanessa, respondiendo mi pregunta no hecha—. Tengo que decir que le diste una buena impresión desde el principio.

La mencionada se encoge de hombros.

— No te voy a engañar. Cuando vi que estaban acomodando tanto el departamento, con tantos detalles, lo primero que pensé fue que ibas a ser una persona insoportable y tiquismiquis— reconoce—. Pero nada que ver— finaliza volviendo a su sonrisa habitual.

Las chicas me comienzan a contar como fue que se conocieron, y así pasamos un rato hasta que el vino se enfría y comenzamos a tomar.

Le doy gracias a la vida por haberme dado una madre tan testaruda, que me insistió tanto para que ordenara copas. De no ser por ella ahora mismo estaríamos tomando vino en vasos.

— Entonces, Isla— me llama Mary—. ¿Por qué huiste de casa hasta tan lejos?

— Yo no he huido— me doy otro trago de mi copa.

— Ajá, y nosotras podemos comer lo que queramos sin engordar, ¿no te jode?— ironiza. Abre los ojos como platos cuando ve que lo decía en serio—. ¿De verdad? ¿Esto no fue una medida desesperada para librarte de tu familia?

Niego con la cabeza y las cuatro chicas se miran entre ellas, como si no pudieran creer lo que oyen. De repente todas las miradas se centran en mí.

— En realidad los extraño bastante— añado—. Pero tenía que venir porque las mejores editoriales de todo el país están aquí, así que es algo que debo hacer si quiero publicar mis libros— me explico.

— ¿Tu familia no querrá adoptarnos a todas?— bromea Jade—. Sólo comemos una vez al día y somos bastante independientes.

Nos reímos de su broma, pero igual pienso en lo afortunada que he sido por la relación tan buena con mis padres. No me imagino huyendo de mi casa como si mi vida dependiera de ello.

— ¿Y ustedes? ¿Se fueron huyendo?— no me sorprende cuando todas asienten—. ¿Por qué?

Vanessa se da un largo trago de vino antes de responder.

— En mi casa las cosas estaban mal, todavía lo están. Mis padres se la pasan como el perro y el gato, peleando todo el día. Nadie me escuchaba, y para poder seguir con el baile tuve que irme, gracias a Dios me dieron una beca en la Academia y estuve el primer año viviendo en una residencia para estudiantes. Pusieron el grito en el cielo, pero igual me marché. Pasé todo un año trabajando sin parar y entrenando para mantenerme como una de las mejores; está claro que si comenzaba a cometer errores me iban a echar— estira la pierna de una forma tan cómica que hace que las demás comencemos a reír—. Y bueno, después conocí al trío de las locas, aquí presente, y lo demás es historia.

Wow, la historia de Vanessa es bastante fuerte, y en serio debe de haberla tenido difícil.

— Bueno, esto es una fiesta de bienvenida— empieza a decir Mary, pero es interrumpida por nosotras.

— En realidad es más como una reunión— corrijo.

— Sólo somos cinco, así que es una reunión— Camille asiente.

— Si hubieran más personas contaría como fiesta— continúa pinchándola Jade.

Vanessa no dice nada pero asiente con la cabeza, mostrando que está de acuerdo con nosotras.

Tres rondas de vino después, la botella se termina y ni siquiera estamos ni un poquito mareadas. Lo que sí tengo que admitir es que me la estoy pasando de miedo con mis nuevas vecinas. Vale, soy una persona bastante social, pero no me imaginé que al segundo día ya iba a tener amigas.

— Oigan, ¿y si llamamos a los chicos?— propone Jade y las demás sueltan exclamaciones positivas—. Son nuestros amigos y el novio de Vanessa. ¿Te importa que vengan?— me pregunta a mí directamente esta vez.

— Claro que no. Sus amigos son los míos— me hago a un lado para mirar a Vanessa—. Con tu novio no aplica la misma regla. Es tu novio y mi amigo— bromeo.

Discuten un momento sobre quién llamará, y al final es Jade quien lo hace. Se levanta y va a la cocina para poder hablar bien, mientras yo sigo hablando con las chicas, quienes ahora parecen estar bastante interesadas en lo que escribo.

— Pero, si no escribes novelas de amor, ¿entonces de qué?— Mary frunce el ceño.

— ¿Cómo es posible que no tengas ni una sola historia de amor hecha?— insiste Camille.

Largo un suspiro antes de hablar, captando su entera atención.

— Primero, tengo que decir que no tengo nada en contra de las novelas románticas— aclaro, con una mano puesta sobre mi pecho—. De hecho, he leído una gran cantidad de historias de amor, y son buenísimas. Pero…— vuelvo a dejar salir el aire—, ya escribir sobre eso es mucho más complicado cuando no tienes nada sobre lo que escribir.

— Pero, ¿ni siquiera se te ha ocurrido algo ficticio?— pregunta Vanessa.

— Que no tenga ninguna historia terminada, no significa que no tenga un montón comenzadas— alzo una ceja—. A ver, chicas, cada día se me ocurren montones de ideas y situaciones que podrían dar una excelente novela, pero al final se quedan en blanco después de unos pocos capítulos— ladeo la cabeza—. Yo, me quedo en blanco. Miren, para escribir una historia de amor hay que estar o enamorado, o con el corazón roto y pues, yo no sé cuál de las dos cosas es peor.

Jamás había pensado realmente sobre ese tema, es la primera vez que me lo planteo de esa manera, pero es así justamente. Yo pienso que para que una novela sea realmente buena debe de tener mucho más que una trama que enganche y una buena ortografía, o sea, esas son cosas súper importantes, pero lo que hace una historia atrayente es el sentimiento con el que la escribas, además de que debe de ser algo que tú como escritor leas a la hora de revisarla, y te atrape. 

Si no transmites nada, y no tienes nada que dejar en los textos pues no sirve igual.

— Ya vienen en camino— informa Jade, regresando con nosotras—. A que no saben quién regresó de Hamburgo— les pregunta a sus amigas, quienes simplemente se encogen de hombros—. Nuestro querido amigo influencer— dice, respondiendo su propia pregunta.

— ¿Keyshan?— las chicas fruncen el entrecejo y Jade asiente varias veces.

Vale, ahora mismo estoy algo perdida.

¿Y ese quién es?

— Es un amigo nuestro  que estaba en Alemania— explica Mary cuando en mi expresión que no entiendo nada.

Aaahhh…

— ¿Por qué le dicen influencer?— la pregunta me sale sola, pero es que no lo puedo evitar.

— Porque lo es— Camille se termina lo que hay en su copa de un solo trago—. Él es creador de contenido en las redes sociales. Ya sabes, se pasa todo el día subiendo historias a I*******m y fotos a todas las plataformas. Es bastante famoso, de hecho, eres la primera chica que conocemos que no se vuelve loca de la alegría cuando le decimos que es nuestro amigo, ¿entiendes?— me limito a asentir.

¡Pues claro que no entiendo nada! A ver, no es que haya vivido dentro de una cueva los últimos cinco años, desde que empezó todo eso de los creadores digitales y eso, pero de ahí a entender cómo es que funciona su vida hay un camino largo.

— Bueno, el punto es que ya vienen y lo convencieron de para que viniera— Jade me mira recelosa.

— No me importa que se una alguien más— salto antes de que se ponga a preguntar si me parece bien de nuevo.

En ese momento alguien toca la puerta principal y todas nos giramos en esa dirección. Eso ha sido veloz. Vanessa se levanta del sofá como un resorte y se va corriendo a abrir. Sé que eso debería de hacerlo yo, pero ella es quien los conoce a fin de cuentas, ¿no?

Detrás de ella vienen cinco chicos de más o menos nuestra edad, uno de ellos viene cogido de la mano con la pelinegra.

— Chicos, ella es Isla— me presenta a medid que yo me pongo de pie.

El primero en acercarse es el rubio que venía de la mano con ella. Como los otros tiene una figura bastante… bien formada. Sus ojos son verdes y tiene un aro en la nariz. Me tiende la mano y cuando hago lo mismo con la mía, él me jala hacia su cuerpo y me da un cálido abrazo.

Ya entendí, que aquí son todos unos contentos. Me gusta.

— Hola, Isla. Yo soy Adam— se presenta una vez nos separamos.

Sonrío ampliamente ante su amabilidad.

— Hola, Adam.

— Y estos— dice Camille esta vez—, son mi primo Oliver— señala a un chico de cabello castaño oscuro—, Cameron— ahora hace referencia al otro chico que es más alto que los demás, de piel negra—, y Marcus— señala al joven de tez mulata del fondo.

Jade se para junto a sus amigas y mira en dirección a los cuatro chicos, con el ceño fruncido. No entiendo lo que pasa hasta que recuerdo que habían mencionado al otro… Keyshan, creo que dijeron que se llamaba.

— ¿Dónde está Key?— inquiere la pelirroja.

— Unas chicas lo han detenido en la entrada del edificio para tomarse unas fotos— comenta el que se llama Marcus—. Lo hemos dejado atrás porque sino, nos ponía a tirarle las fotos, y yo paso de eso— el chico rueda los ojos.

— Hablan como si eso fuera muy normal— señalo yo.

Como si estuviera coreografiado, todos los presentes en mi sala de estar sueltan bufidos, suspiros o ponen los ojos en blanco.

— No sé cómo es que a él le puede gustar esa vida, te lo digo en serio— resopla Adam.

— Nunca podemos pasar un buen rato todos juntos. Siempre llega alguien para tomarse una foto, grabar una historia para sus redes o un TikTok de esos— escupe Oliver, el moreno.

Asiento varias veces, comprendiendo lo que dicen y pues sí, debe de llegar a resultar molesto querer estar con un amigo que a saber cuánto tiempo deben de pasarse sin ver, y que te estén interrumpiendo todo el rato.

— Y aquí llega Keyshan Rylie, damas y caballeros— anuncia Cameron, extendiendo el brazo en dirección a la puerta.

Los rostros de las chicas se iluminan cuando lo ven y comienzan a correr hasta él. Desde donde estoy se me hace algo difícil verlo, así que solamente disfruto del espectáculo de ellas tirándose encima de él.

— ¡Pero, míralo!

— ¡Has venido!

— ¡Te voy a matar por sinvergüenza!

Ese último grito viene de Jade, y provoca que los chicos y yo empecemos a reír.

Cuando dejan al pobre chico caminar, se adentran los cinco en el salón. Ahora, con la luz de las lámparas, puedo verlo bien.

Keyshan tiene el cabello castaño claro, casi puede pasar por rubio si le da una luz más amarilla. Es bastante alto, casi del tamaño de Cameron, que es el más alto de los muchachos. Es de complexión delgada, pero con un cuerpo bastante definido. Su rostro es de finos rasgos, tiene cejas gruesas, ojos azules, nariz fina y los labios gruesos. Trae puesta una sencilla chaqueta de color azul marino, con botones anchos en color negro, como los de una gabardina, un sweater negro de cuello de tortuga, pantalones del mismo color de la chaqueta y un par de zapatillas negras.

La verdad es que es guapo el chico, con razón es viral y todo ese asunto que me han contado las chicas, eso no lo voy a negar, pero tampoco es como para volverse loca.

— Key, ella es Isla. Se acaba de mudar a la ciudad— nos presenta Adam.

Vamos, que ha sido un día lleno de presentaciones para mí. 

Keyshan… Key —así lo llaman todos— me dedica una amplia y encantadora sonrisa, haciendo que se marquen dos hoyuelos en sus mejillas un poco más arriba de sus labios. Evita a sus amigos y camina hasta donde estoy, se detiene a escasos pasos de mí.

—Hola— se acerca y me saluda dándome un beso en la mejilla.

— Mucho gusto— sonrío un poco.

— ¿Isla?— repite, extrañado—. Isla como…-

Suelto una carcajada y me encojo de hombros.

— Como Isla— repongo.

Nos giramos hacia los demás, que nos miran como si no entendieran lo que pasa. 

Por favor, Diosito. Que no se vaya a empezar a poner raritos ahora, con lo majos que son.

— ¿Nos sentamos?— señalo los muebles y todos asienten, regresando a su cotorreo de antes. Y menos mal, porque ya esto se empezaba a poner incómodo y yo no entendía nada.

Como si fuera la primera vez que te quedas perdida.

Cállate subconsciente.

— Así que tú eres la nueva vecina de la que las chicas llevaban días hablando— comenta Marcus.

Miro a mis amigas —ya las veo como eso—, pero ellas evitan mis ojos a toda costa.

— Ya te habíamos dicho que teníamos varias teorías sobre cómo serías— dice Vanessa, a modo de recordatorio.

Ah, eso.

— Al final no has resultado tan mala— expresa Mary.

— ¿Tan mala?— alzo las cejas y luego le lanzo uno de los cojines del sofá.

Ya todos se han apachurrado en los asientos. Vanessa en el regazo de Adam, quien está en uno de los sillones. Camille, Marcus y Cameron en el sofá, con Oliver y Jade en los reposabrazos de este; mientras que Mary ocupa el otro sillón.

Miro a Key con una sonrisa de diversión en el rostro, dándome cuenta de que somos los únicos que no hemos podido sentarnos. Él me devuelve el gesto cuando cae en cuenta de eso.

— En la terraza hay dos sillas— le digo, recordando los dos asiento plegables—. Podemos traerlas, porque desde los taburetes de la barra no nos vamos a enterar de nada.

— Yo las traigo— se ofrece el castaño—. ¿En la terraza dices? — asiento.

— Al final del corredor está— le indico, señalando el pasillo.

Key sale en esa dirección con toda la disposición del mundo. No lo voy a negar, eso me sorprende. Está bien, lo admito, cuando comenzaron a hablar de él y de todo eso de la fama, luego lo de la gente pidiendo fotos en la calle, lo que me imaginé fue un joven de veinte años con un ego de aquí a la luna. Jamás a un chico amable y sonriente. Bueno, mirando a sus amigos resulta difícil pensar que podría ser alguien borde.

— Ay, no— me giro cuando percibo el lamento en la voz de Oliver—. Ya sé por dónde va esto— se queja. Camille, que es la que más cerca está de él, le propina un manotazo para hacerlo callar.

Abro la boca para preguntarle de qué habla, pero la voz de Key emergiendo del pasillo me interrumpe.

— Oye, tus sillitas para ser de estas que se desarman, pesan bastante— me comenta, mientas pone los asientos en el suelo, frente al sofá.

Ocupo una de ellas, con él a mi lado. 

— Tengo una idea— salta Jade, rompiendo el silencio de repente y atrayendo la atención de todos nosotros—. ¿Y si jugamos Verdad o Reto?— propone, subiendo y bajando las cejas rítmicamente.

— ¿Eso no es muy… que se yo… cliché?— interfiero.

— Sí, porque tú sabes mucho de eso, ¿no?— murmura Mary.

— ¿De qué hablas?— quiere saber Key—. ¿De qué habla?

Hago un gesto con la mano para que no le de importancia.

— Nada, no te preocupes— digo y él se limita a encogerse de hombros.

— Y respondiendo a tu comentario, Isla— vuelve a hablar mi amiga de cabello rojo—. Es eso, o mirarnos las caras hasta que nos de sueño.

No pues, visto así sí que le veo sentido.

Me encojo de hombros.

— Bueno, vale. Juguemos.

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