La puerta del baño permanecía firmemente cerrada, porque era la única forma que Aitana tenía de asegurarse de que Hans no iba a ponerle una mano encima. Había empujado un mueble contra ella, pero la verdad era que después de la primera vez que la había escuchado vomitar, el hombre no había vuelto a golpear la puerta para sacarla.
El vuelo comercial que habían tomado a la mañana siguiente había estado plagado de un amenazante silencio, y llegando a Milán se habían ido a quedar en un motelito de mala muerte que apestaba a sexo por hora y a humo de cigarrillo.
Por más que Aitana se rompiera la cabeza no lograba encontrar una solución, la única era estar frente a frente con Carlo, porque sabía muy bien que tanto Ilenia como Hans eran perfectamente capaces de lastimar a los niños o a su esposo, y sin su teléfono no tenía forma de avisar