Capítulo 2
Alejandro me dijo el nombre de un hotel y se llevó a Robertito sin siquiera dignarse a mirar atrás. Pero yo nunca pensé en recuperarlos, así que no había posibilidad de ir a buscarlos.

A las cinco de la tarde del día siguiente, salí para ir al aeropuerto a recoger a José, el hijo que tuve tras volverme a casar.

El niño había estado unos días con mi cuñada, y hoy volvía solo desde el extranjero con la asistencia especial de la aerolínea.

No lo había visto en medio mes, y lo extrañaba mucho. Pero, para mi sorpresa, al llegar al aeropuerto, me encontré de frente con Alejandro y Robertito, quien ya estaba crecido. Ambos tenían caras serias, pero al verme, sus ojos se iluminaron.

—Mamá, ¿los pasteles de nata que llevas son para mí? ¡Muchas gracias, mamá! Sabía que vendrías.

Roberto me arrebató la caja de las manos, muy emocionado.

Alejandro, a su lado, mantenía cara de pocos amigos:

—Te dije que tenías hasta las tres de la tarde. ¿Sabes qué hora es? Deberías aprender de la puntualidad de Lucía.

Después de tantas ofensas seguidas, mi paciencia, por muy grande que fuera, alcanzó su límite.

—Los pasteles son para mi hijo, y vine al aeropuerto a recogerlo. ¿Qué tiene eso que ver con ustedes dos?

Alejandro y Roberto me miraron con esa misma expresión de compasión y desprecio, como si estuvieran viendo a una mentirosa compulsiva. Habían hecho esto muchas veces antes, uniéndose para llevarme al borde del colapso mental.

Pero esta vez, su actitud altiva se desvaneció en el momento en que mi hijo corrió hacia mí.

—¡Mamá! ¡José te extrañó mucho!

El niño se aferró a mi pierna, con los ojos brillando de felicidad.

Lo levanté y le di un beso en la mejilla:

—Mamá también te extrañó. Lo siento mucho, cariño, los pasteles de nata se ensuciaron. ¿Te parece si los hago de nuevo en casa?

—¡Sí, mamá! Muchas gracias.

Alejandro me miraba fijamente, con el rostro sombrío. Roberto sostenía la caja de pasteles, pálido.

Ambos parecían fuera de lugar.

Sin prestarles atención, me fui con Joselito en brazos. Pensé que la escena había terminado.

Pero apenas pasó medio día cuando padre e hijo regresaron.

Alejandro señaló a Joselito:

—Este niño no se parece nada a ti. Lo adoptaste a propósito para joderme la vida, ¿verdad Carmen?

—¿Puedes dejar de ser tan egocéntrico tan siquiera por un minuto? José simplemente se parece a su padre y ya está.

De verdad estaba cansada de verlos. ¿Acaso eran un chicle molesto pegado a la suela de sus zapatos?

—¡No lo creo!

Roberto, con la cara pálida, añadió:

—Hemos investigado y nadie ha visto a tu dichoso esposo nuevo. Dijiste que te casaste solo para hacernos enojar, ¿verdad?

Odiaba que indagaran en mi vida privada, pero aun así dije la verdad:

—Mi esposo se llama Dante Rossi, es actor. Nos casamos en secreto para evitar a la prensa y los chismes de sus fans.

Alejandro se rio con desprecio:

—¿Dante Rossi fijándose en ti? Si vas a mentir, al menos hazlo algo creíble.

En su mente, yo siempre había sido alguien sin valor. Casarme con él había sido mi mayor suerte, y ahora mi vida estaba prendida a su lado.

No quería seguir discutiendo con esos dos desagradecidos. Justo eran las nueve, hora de cerrar la tienda, así que tomé a José de la mano y empecé a salir.

Roberto corrió detrás:

—Mamá, sé que hice bastante mal cuando era pequeño. Lo siento mucho, pero ya vente con nosotros.

Alejandro también salió:

—¿Por qué le ruegas? Carmen, no espero que seas tan elegante como Lucía, pero al menos no seas tan falsa e hipócrita. Te estoy dando una oportunidad, deberías saber aprovecharla.

Respondí con desgano:

—Sí, sí, Lucía es la mujer perfecta para ti, y la madre perfecta para Roberto, por eso fue que yo me aparté voluntariamente, para abrirle camino. Disfruten pues de su vida en familia y déjenme en paz, ¿ok?

Alejandro malhumorado respondió:

—Después de nuestro divorcio, estuve con Lucía por seis meses. Pero me di cuenta de que no era lo mismo. No era feliz ni cómodo con ella, la que realmente siempre me ha convenido eres tú.

—¿Te sientes incómodo con otra persona y vienes entonces a buscarme? Alejandro, ¿por qué crees que estaría esperándote?

Sentía repulsión al mirarlos. Tomé a Joselito y traté de marcharme.

Pero, en el siguiente segundo, Alejandro me levantó a la fuerza.

—¡Ya basta, Carmen! ¡Tú maldito teatro de mierda ya fue suficiente! Mañana tengo una reunión y no tengo tiempo para estas pendejadas. Te vienes conmigo ahora mismo o te arrastro.

—¡Déjame!

Luché por liberarme, pero no pude. Cuando me metió en el auto, estaba a punto de explotar de la ira. Fue en ese momento cuando llegó mi esposo, Dante Rossi.

—¿De qué demonios hablas cuando dices que ella finge? Mi esposa te ha dicho mil veces que está casada. ¿Eres tan burro como para no entender?

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