—¡No permito que hables mal de mi mami! ¡Ella es la mejor mamá del mundo! —Joselito levantó sus pequeños puños con indignación.
Dante se giró hacia el pariente metiche y dijo con firmeza:
—Mire, usted no está ni invitado a mi boda. Y para todos los presentes, quien diga algo negativo en mi boda, que no me culpe si le hago pasar un mal rato.
No sé lo que pensaban los demás, pero después de eso, nadie se atrevió a sermonearme ni a mostrarme desprecio.
En vísperas de la boda, Alejandro, con aliento a alcohol, vino a buscarme. Siempre altivo, esta vez tenía los ojos hinchados, la barba desarreglada y un aire de decadencia evidente.
—Admito que me equivoqué, fui un pendejo pensando que amaba a Lucía, sin darme cuenta de que en realidad te amaba a ti. Me arrepentí al poco tiempo de que te fuiste. Roberto y yo te hemos estado buscando. Vuelve por favor con nosotros.
Lamenté haber salido sola a comprar cosas y encontrarme con él:
—Mañana me caso, no quiero perder el tiempo discutiendo contigo.