Capítulo 3

Largo un suspiro, no tenía idea de la empresa Wallflower, así que me puse a investigar y descubrí que es bastante prestigiosa. Descubro que son líderes en los utensilios fabricados en material de cuero y caucho de tipo biodegradables. Además, tienen un laboratorio propio de experimentación e incluso son dueños de una fábrica de producción y fabricación.

Todavía no me lo creo que esa sea la empresa que quiere contratarme. Hasta ahora solo he tenido tropiezos para conseguir un buen lugar; sin embargo, que hable cuatro idiomas incluido el español debe ser un gran ítem de importancia en mi currículo, para un cargo de asistente de gerencia. Eso hace que valga la pena la espera.

Admito que mi buena educación es algo que debo agradecer a mi familia, y supongo que antes encajaba bien en ella, cuando todo parecía ir perfecto hasta que se me ocurrió presentarle mi novio a mi hermana.

¡Diablos!

No puedo ponerme a pensar en esas cosas ahora. Desde que soy una renegada por no rendirle pleitesía a su felicidad, lo único que tengo son una educación de élite, mis cosas, el piso donde vivo y las citas al psicólogo que garantizan que tenga todo lo anterior. Mi padre no pudo quitármelas, pero ya no seguirá pagando nada de ello desde que dije que iba a independizarme y conseguir un trabajo para vivir a mi manera. No importa cómo, tengo que conseguir y mantener este empleo. De lo contrario, asumirá que no puedo sostenerme por mí misma y no dejará de tener potestad sobre mis decisiones.

La torre es bastante alta, incluso que la de mi padre quien tiene su propia oficina en el edificio de negocios en el centro corporativo de Hallspring. Es bueno no estar allá y haberme cambiado de ciudad, creo que por eso no había encontrado nada hasta ahora. Tomo aire y me apresuro a ingresar por la entrada de la entrada principal del Skywall. Dentro, todo es elegante y lujoso. En mi camino hacia el mostrador reviso que mi traje de sastre ejecutivo esté impecable. Luego de mirar la hora en mi reloj de mano me acerco a la recepción.

Aun no son las ocho y creo que es de buena educación llegar temprano. Me anuncio con mi nombre y apellido y digo que vengo a una cita para la plaza disponible de asistente de gerencia. La mujer de mediana edad me mira de arriba abajo y parece dudosa. Me pregunto si hay algo mal con mi apariencia, o tal vez es porque me veo mucho más joven que ella. A veces eso es un problema que equiparan a falta de experiencia. Espero que no sea el caso.

―¿Está segura de que viene para la gerencia? ―pregunta la mujer con tono dubitativo.

Coloco mi mejor sonrisa.

―Sí, claro, me llamaron a avisarme que mi currículo fue aceptado en esta gerencia luego del mes de revisión ―respondo y ella me mira con la boca entreabierta, sin perder su expresión―, puede verificar mi información si tiene dudas.

―No las hay, es solo que es extraño.

―¿Qué es extraño?

―Que hayas sido aceptada, eso es muy raro, pero si hay un error la señora Sullivan debe corregirlo ―explica la mujer, después de ello y todavía no muy convencida me da la autorización para que suba al piso administrativo, y me entreviste con la persona mencionada.

Empiezo a pensar que hay algo mal con el trabajo, y lo cierto es que cuando me digo que no puedo perder esta oportunidad, es real. No puedo. Ya no soy la chica rica que lo tiene todo, soy alguien que debe esforzarse por su propia cuenta.

Con esa inquietud en mi cabeza subo hasta el piso veintiséis donde queda el área administrativa. La mujer me dijo que fuera al puesto de la señora Sullivan y ella me daría indicaciones, pero no tengo que hacerlo, creo que es quien me espera con mi currículo en mano. También es algo mayor. Lo que me hace pensar que, aunque la empresa sea moderna, su personal femenino es bastante senil.

―¿Allegra Wills? ―pregunta algo nerviosa.

Eso me hace exhalar.

―Sí, soy yo, ¿sucede algo? ―contesto recomponiéndome.

―Creo que tenemos un gran problema ―dice con cara de circunstancias.

Eso me abruma.

―No me diga que no me darán el puesto.

―Ese es el problema, tienes el puesto, estás cualificada; sin embargo…

La mujer parece dudosa con lo que va a seguir diciendo, y mientras ella se debate en eso siento que me sofoco ante lo que podría ser una negativa. Miro a mi alrededor con mucha expectación porque las mujeres que hay en ese piso todas tienen un rango de edad mayor y tal vez es el problema.

No veo a nadie de mi edad, solo algunos chicos, pero es extraño que las mujeres todas sean demasiado adultas. No sé qué pensar de ello, no obstante, hay lugares donde los cargos requieren mucha experiencia laboral y eso se gana con los años. Tal vez es porque soy demasiado joven y el puesto muy exigente.

¡Que cuernos!

―¿Qué iba a decir? ―pregunto luego de calmar mis revolucionados pensamientos porque se queda muda, y es cuando veo que todos se ponen en pie haciendo filas a lado y lado como si por allí fuera a pasar alguna gran majestad.

Entonces me fijo en que es por un hombre elegante y bastante apuesto que hace su entrada en el piso; sin embargo, su caminar es apurado y la mirada ceñuda e intransigente. Dos trabajadores caminan a su lado tratando de decirle cosas mientras intentan igualarle el paso. Es alto, delgado y su zancada grande.

Me quedo allí mirándole con detenimiento hasta que me fijo en que es el mismísimo Oliver Wallflower el hijo del fundador de la empresa, y para quien trabajaré. Todavía está soltero, es lo que dice en el portal de una revista de negocios que investigué, para saber quién era el que dirigía la compañía. También dice que es taciturno y poco sociable, algo que ahuyenta un poco a las cazadoras de millonarios a pesar de su atractivo.

No diría que lo es tanto salvo porque es alto y viste elegante, pero creo que le hace falta algo de peso. ¡Diantres! Debería sacarme de la cabeza que todos son como Adrian Bellford. Por andar recordando esas cosas no me fijo que se ha detenido frente a mí, y lo de intransigente en su mirada pasa a volverse verdadero enojo: Ay, Dios, ¡se vino!, escucho murmurar asustada a la señora Sullivan a mi lado.

―¿Quién es esta chica, Sullivan? ―pregunta con tono gruñón y directo a la mujer sin siquiera mirarme, aunque estoy casi en su frente. La mujer parece que rezara con agonía por las murmuraciones raras que pronuncia, casi inaudibles―, ¿he hecho una pregunta, Sullivan?

Su forma de increpar hace temblar a la mujer. A mí me enerva porque no me lo pregunta directo a mí.

―Es… la señorita Wills ―contesta algo atolondrada.

¡Qué sucede con este ambiente!

Es plena mañana, pero todo parece ponerse lúgubre y hasta tenso. Me da la impresión de que todos aguantan la respiración.

―¿Señorita? ―repite con sorna y no sé por qué, pero me enoja que arrastre la palabra de forma despectiva.

¿Qué problema hay con eso?

―Si… señor. Es la persona que se escogió para remplazar a la difunta Rosseane.

―Debe ser una broma, ¿verdad? Di claras instrucciones ―dice el hombre con tono intransigente.

―No, señor.

―Es. Una. M*****a. Broma. ―El hombre insiste y yo quiero gritarle cual es el maldito problema con eso―. Y no me contradiga, Sullivan. Las instrucciones fueron claras.

―Señor no lo estoy contradiciendo. La hoja de vida que eligió nuestra difunta Rosseane para estar en su cargo es el de la señorita Allegra Wills, ya está autorizado por la administración y no puede deshacerlo.

―¡Si me contradices! Rosseane está muerta, no pudo hacerme eso.

¡Cielos! Parece un niño chinchoso. Es el jefe, lo reconozco por las pocas fotos con notas que encontré de él en la internet. Es estricto y reservado, tanto que no se le conoce ningún escándalo con mujeres. Además, que su familia es muy respetable.

―Creo que lo hizo cuando se enteró de que iba a morir y debía delegar el cargo. Fue… hace un mes.

Vaya, el tiempo que llevo esperando la confirmación para el puesto. Lo que me hace pensar que esa Rosseane se aseguró de que lo tuviera cuando muriera. Eso si es extraño.

―Sigue siendo una m*****a broma y no voy a aceptarla.

―Pero señor…

―¡Dije que no! ―masculla ese energúmeno.

―Por qué no. ¿Va a decirme cuál es su problema con mi hoja de vida? ―intervengo llamando su atención porque ni con un enorme cartel de neón se dignaría a mirarme, ni aun así lo hace, sigue con su mirada furibunda puesta sobre la pobre señora Sullivan que parece que va a desmayarse de lo aterrorizada que está―, ¿no va a decírmelo? ―sigo increpándole.

Todo a nuestro alrededor parece quedarse en silencio y lo único que se escucha es su rabiosa respiración y la mía, hasta que por fin se digna a mirarme, y ahora cuando conecto con su mirada furibunda, no diré que es cien por ciento atractivo, pero tiene algo inquietante, y hasta aterrador en ese rostro demasiado pálido contrastando con su negra melena.

―¡Ni hablar! ―espeta y sigue su camino a grandes zancadas hasta la oficina del fondo que debe ser la gerencia principal.

Entra allí y la cierra de un portazo, y luego de ello es como si el ambiente transmutara cobrando vida y volviendo a la normalidad.

¡Qué le pasa a ese hombre!

Me acerco a la mujer que tiembla como si la hubieran regañado. Es el colmo, ella podría ser su madre.

―¿Qué le sucede a ese tipo? ¿Cuál es su problema? ―pregunto cabreada.

―Por qué no le dices Edna, la chica debe saber que ella ha transgredido la regla más importante para las mujeres que quieran trabajar en esta empresa ―el que habla es uno de los hombres jóvenes.

―James, este no es momento de hacer bromas ―le reprende la mujer volviéndole el alma al cuerpo.

―¿Y cuál es esa regla que no tengo ni idea porque apenas y este es mi primer día? ―pregunto porque aparte de enojo, me causa curiosidad.

―Que tendrías que haber sido muy vieja, pero parece que la dulce Rossie le ha jugado una buena broma al escogerte ―responde el hombre y la verdad es que, aunque lo dice con algo de diversión, no le encuentro el sentido.

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