24. Ella ya no te pertenece

El fuego crepitaba débil en el centro de la sala principal. Sebastián miraba el inventario de la manada con el ceño fruncido y las manos firmemente apoyadas sobre la mesa de piedra. Las provisiones no alcanzarían para otra semana. No si el bloqueo de la manada de Tierra seguía.

Comenzaba a creer que algo peligroso estaba pasando, pero primero necesitaba asegurarse de ello.

La puerta de su cabaña recibió un toquido suave pero urgente.

—Adelante —declaró con un tronido.

Rápidamente entraron los visitantes que esperaban fuera.

—Ya no tenemos carne fresca —dijo uno de los soldados—. Los cazadores están yendo más lejos cada vez… y no regresan todos.

Sebastián apretó la mandíbula. La desesperación comenzaba a hacer estragos en los ojos de su gente. Y aunque no lo dijera en voz alta, sabía que era su culpa. La guerra silenciosa que había iniciado, la desconfianza, las decisiones impulsadas por rabia y… por Aria.

Aria.

Siempre susurrándole cosas que le hacían vacilar de sus decision
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