116. Protectora del dragón
Evelyn permaneció en silencio por varios minutos. En el interior del cobertizo, la luz era tenue, y la atmósfera densa. Safiye la observaba con los ojos llenos de lágrimas, pero Evelyn no podía corresponder a esa emoción. No aún.
Creció creyendo que su madre la había desechado, que no la había querido, y que por eso fue criada como una molestia dentro de la casa de su padre. Una casa donde siempre fue la rara, la sucia, la que no pertenecía.
—Mi madrastra me hizo limpiar los pisos con las manos desnudas hasta que se me abrieron los dedos —susurró Evelyn, con la mirada fija en un punto vacío del suelo—. Me obligaba a comer después que todos. Dormía en el sótano. Nunca me llamó hija.
Hatice cerró los ojos con dolor.
—No lo sabía… Evelyn, yo…
—No —la interrumpió—. No me pidas perdón otra vez. Ya escuché tu historia. Y aunque… empiezo a entenderla, eso no borra todo lo que viví. No me devuelve los años que me robó ese hombre.
Tauriel, de pie junto a la puerta del cobertizo, no dijo nada.