Romma saltó delante de su mesa cuando escuchó el timbre del comunicador sobre su escritorio. Maldito aparato que un día le iba a provocar un infarto.
Fue hasta él y presionó un botón.
— Dime, Mina.
Mina era su asistente desde hacía algunos meses y no le estaba yendo bien ajustándose a la forma de trabajar de Romma.
— Tiene una llamada del señor Alessandro Dolciani. Dice que es importante y que usted le espera.
— No recuerdo que…— repentinamente recordó aquel nombre y se sintió extrañada. Habían pasado ya varios días de aquella vez en el restaurante y pensó que jamás volvería a tener algo que ver con ese nombre. Pero ya le iba a poner el punto final a ese tema. — Pasa la llamada… y por favor, cambia el maldito tono de este aparato. No lo soporto.
Apretó otro botón y habló al aparato.
— Romma Estévez. ¿Qué desea, señor Dolciani?
— Invitarle a cenar conmigo esta noche donde usted prefiera, si eso le hace sentir más cómoda.
La voz que sonó del otro lado se escuchaba más profunda