Al despertar nuevamente, me sorprendió que Sebastián todavía estuviera en mi apartamento. Me froté los ojos varias veces, incrédula.
Con las mangas remangadas, salía de la cocina trayendo comida.
—¿Despertaste? ¿Quieres comer algo?
—¿Cómo es que... no te fuiste?
Sebastián dejó los platos y se quedó de pie junto a la mesa, mirándome con mis ojos aún somnolientos.
—Temía que si me iba, volverías a ignorarme por mucho tiempo.
Llevaba sus gafas, su cabello sin arreglar caía suavemente. Todo él parecía una pieza de jade pulido. Me gustaba cómo se veía con gafas, pero me gustaba aún más quitárselas yo misma.
—Sebastián... —me acerqué a él, levantando mi rostro para mirar directamente a sus ojos—: Ahora mismo no tengo nada.
—Probablemente tampoco pueda conservar mi trabajo.
—Y además, no soy hija de los Morales, solo una huérfana que adoptaron.
—Soy egoísta y algo vanidosa.
—No creo que puedas querer a alguien como yo.
Sebastián pareció percibir mi vulnerabilidad, mi inseguridad y mi confusió