El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando me desperté con un aroma inesperado. Café recién hecho. Me tomó unos segundos recordar que no estaba sola en el departamento. Me levanté con el cabello enredado y los pies descalzos, dirigiéndome hacia la cocina mientras intentaba procesar cómo mi vida había llegado a este punto: viviendo con un hombre que había desaparecido de mi vida por más de una década y que ahora volvía con más secretos de los que podía manejar.
Cuando llegué a la cocina, encontré a Cristopher inclinándose sobre una sartén. Tenía una espátula en la mano y la camisa ligeramente arrugada, probablemente porque había dormido con la ropa puesta.
—¿Qué haces? —me crucé de brazos mientras lo observaba.
Se giró con una sonrisa despreocupada y señaló la mesa, donde había dispuesto tostadas, frutas, huevos y el café que había detectado desde mi cama. Debo admitir que el café siempre ha sido mi debilidad, desde que tengo memoria.
Recuerdo que, aunque papá no me dejara tomar