Mateo aún recordaba la noche en que Dana y él llegaron a esa ciudad. Había tratado de mantenerse tranquilo, confiando en que ella haría lo correcto, pero las horas habían pasado con una lentitud insoportable, cada segundo un recordatorio de la ausencia de su hija. Ahora, al verla de pie en la habitación del hospital, con una maleta a su lado y una expresión que él no podía descifrar, su corazón latió con fuerza, mezclando alegría, alivio y un inexplicable miedo.
Todo había comenzado con una llamada. La noche anterior, Zoraida había traído noticias que no podían ser ignoradas: la investigación en Caracas había tomado un giro crucial. Dana estaba con él, sosteniendo su mano con fuerza, como si esa conexión pudiera mantenerlo anclado al mundo mientras su cuerpo luchaba por sanar. Mateo había visto la determinación en sus ojos, la