El reloj marcaba las once de la noche cuando Lisana, nerviosa, se encerró en su habitación. Había logrado mantener la calma durante el interrogatorio con Adán y Zoraida, pero sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Con manos temblorosas, se puso la mano en el corazón, tal y como lo hacía desde que era niña, y marcó un número que había memorizado desde hacía tiempo.
-Laura, ¡tenemos un problema! -dijo en cuanto la llamada fue respondida. Su voz era apenas un susurro, pero la urgencia en sus palabras era inconfundible.Al otro lado de la línea, Laura, la directora del centro donde Melina había estado todo este tiempo, respondió con un tono preocupado.-¿Qué sucede? ¿Acaso te han descubierto?-Todavía no -respondió, tratando de mantener la calma-, pero ellos están demasiado cerca. Han encontrado pista